Hace bien pocos días, con ocasión de unos seminarios sobre óptica fotográfica, ocurrió algo que –a pesar de su simpleza– me sigue dando que pensar.
Los asistentes eran en su gran mayoria, lo que podemos llamar "journalists", o sea, informadores, más que periodistas de profesión, si bien entre ellos puede haber también más de uno de estos titulados. Como parte de las actividades de los seminarios se habían cedido cámaras de prueba a estos informadores, cámaras que habían tenido ocasión de utilizar durante toda la jornada anterior y tendrían posibilidad de utilizar durante la mitad del día siguiente.
La cena de despedida se daba en un lugar muy selecto, uno de los salones más antiguos de una de las Universidades de más fama del mundo. Las mesas corridas, perfectamente organizadas por países, permitían todas ellas, con mayor o menor fortuna, un ángulo de observación hacia un pequeño escenario, desde el que se ofreció un breve discurso de bienvenida.
Al término de la cena, en lo que se viene en llamar " a los postres", se inició –en el escenario citado– un bonito espectáculo de danzas tipicas irlandesas.
Al poco rato, dos o tres personas se levantaron de sus asientos, y –agacahadas con tal de no obstruir la visión al resto de los asistentes– tomaron fotografías del espectáculo.
Pocos segundos después, otros "fotógrafos" se levantaron, y con toda la arrogancia de sus estaturas y volúmenes se dedicaron a fotografiar, de pié, continuadamente, obstruyendo la vista del resto de invitados que deseábamos disfrutar del espectáculo sin hacer fotografías, a pesar de llevar cámaras con nosotros.
Me molesta mucho la mala educación, y no dudé en levantarme de mi mesa, hasta por cuatro veces, para indicar por turno, a distintas personas, que estaban molestándonos con su actitud, actitud que por cierto depusieron de inmediato, quizá al ver mi tono severo acompañado de ineqívocos "toquecitos" en sus hombros.
Luego… fue imposible. La mala educación es mucho más fuerte que la consideración hacia los demás. De unas doscientas personas asistentes, pude contar que apenas 15 decidimos permanecer en nuestros asientos y no formar parte de las hordas. Si bien muchas de esas personas se colocaron a los lados de la sala para no entorpecer excesivamente a los demás, los "fotógrafos" (de todos los sexos, incluso los ambiguos e intermedios) se agolparon en los sitios más "ventajosos". Durante unos segundos consideré la posibilidad de colocarme frente a ellos y dispararles en la cara a toda la velocidad que permitiese el flash de mi cámara… pero afortunadamente, recordé que era un invitado y no debía defender mi derecho a ver el espectáculo, sin consideración a los demás independientemente de la legitimidad de su comportamiento.
Lo peor de todo esto son las oscuras consideraciones que se le vienen a uno a la mente en estas ocasiones, por ejemplo acerca de los fundamentos reales de la democracia…
Pero lo que si recuerdo perfecta aunque solo aproximadamente, es un párrafo de una frase, creo que de un libro de Conrad: …"el hecho de que –con ocasión de un naufragio– algunos, en las gélidas aguas, se apoyen deseperadamente en las cabezas y cuerpos de otros naúfragos con objeto de poder alcanzar los pocos botes salvavidas existentes, es… hasta cierto punto de vista, comprensible. Hacer lo equivalente, en los salones de las mansiones, con tal de alcanzar a toda costa los propios objetivos… no parece aceptable"…
Uno de mis sobrinos americanos, ingeniero jefe de una firma de diseño, experto en Ferrari y en arquitectura románica, además de clarinetista, lo expresa de una forma mucho más contundente:
"You cannot polish turds"…
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