© Valentin Sama
En las conferencias de prensa, aparece sentado entre los componentes de la mesa, pero si somos un poco perspicaces, quizá le descubramos desde el inicio. Actúa hacia el final, pero no siempre el último. Aunque se le anuncia como un gran fotógrafo o experto, no siempre nos suena su nombre. Durante su tiempo de presentación proyecta las imágenes digitales que son su obra contra la pantalla de un espacio no siempre bien oscurecido. ¿Será por eso que rara vez nos impresionan por su calidad… técnica o creativa? Con una cierta vehemencia nos explica cómo la cámara o impresora digital de tal o cual marca han cambiado su vida, y le ofrecen no sólo más calidad que su anterior sistema “analógico”, sino además más ligereza, libertad de movimientos y economía.
Se trata del converso.
Y sin embargo, mientras habla y el resto de los participantes de la mesa, representantes de la firma que patrocina el acto, le contemplan, o vigilan, no podemos dejar de sentir un vago y triste desasosiego antes este converso. No sabemos si es más por la posibilidad de que actúe por dinero, por vagas prebendas, o por convencimiento. Con todos los respetos, a nuestra mente acuden las terribles imágenes de los prisioneros, que tras ser torturados, hacen declaraciones impuestas con el hálito de la esperanza de salvar la vida. Pero en ellos, vemos mucha más dignidad.
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