Somos lo que comemos, o eso dicen al menos. Aunque también dicen que somos lo que vemos, probamos y oímos. Y también que dime con quién andas y te diré quién eres. Parece ser que estamos hechos de mucho de lo que llega hasta nuestros sentidos y de mucho de quienes nos acompañan. Podría decirse que cada uno de esos estímulos y cada una de esas personas dejan una impronta, grande o pequeña, en nuestra forma de ser. Y, por eso mismo, en nuestra forma de mirar.
Nadamos en una charca llena de personas donde vivimos una infinidad de experiencias que marcan nuestro devenir en la vida. Una charca repleta de estímulos, ideas, sensaciones y creencias. También, por supuesto, repleta de límites, callejones sin salida y carreteras interminables. Una charca de amor y de envidias, de prejuicios y bondades. Mientras nadamos y crecemos en ella nuestros poros son atravesados continuamente por multitud de sustancias de formas muy variadas.
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| © Fernando Puche |
Cualquier proceso creativo no puede entenderse sin conocer la charca en la que habitamos. Ella nos nutre de pensamientos, dudas y certezas. Ella amuebla nuestra memoria y estimula nuestro cerebro. Somos como somos porque hemos vivido, y miramos como miramos porque nuestros ojos vieron lo que vieron. Y de este magma infinito y a menudo caótico surgen las ideas para nuestros proyectos, y los modos que usamos para darles forma. El proceso creativo es la manera en que vomitamos eso mismo en forma de fotografías, canciones o esculturas. Y él, que es tan humano como el que más, ha creado en función de lo que le rodeó en cada momento.
En breve iniciaremos la publicación de una nueva serie de Fernando Puche sobre su proceso creativo y cómo le fue dando forma a sus distintos trabajos. Nada distinto al proceso que seguimos todos, y único en la manera en que utilizó su charca para generar ideas y producir fotografías. Único como el proceso de cualquier otra persona que piensa, imagina, crea y sueña. Un paseo por el azar y las motivaciones de un fotógrafo amateur.

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