Cuando empecé a utilizar cámaras de placas decidí pesar mi equipo. Puse la mochila sobre la balanza y la aguja casi alcanzó los quince kilos. Me sentí orgulloso. Ahora, cuando cargo un par de horas sobre mi espalda la mitad de ese peso, las molestias me recuerdan que subir y bajar collados durante años tiene su precio. Un precio en el cual jamás pensé mientras intentaba imitar a mis héroes. No había montaña lo suficientemente alta ni río lo bastante profundo que me impidiesen alcanzar los lugares que deseaba fotografiar. Disfruté como un niño. © Fernando Puche Podría haber hecho lo mismo con cámaras bastante más ligeras, pero era muy cabezota, y por aquellos días estaba convencido de que para ser un buen fotógrafo de paisaje uno debía hacer esas cosas. Ahora ya no quiero saber cuánto pesa mi equipo de fotos; simplemente abandoné la máscara que proyectaba esa imagen idílica de paisajista sacrificado, romántico y aventurero. Mi espalda me lo agradece todos los días. Por razones técn...
Un espacio de Valentín Sama, sobre Fotografía. Desde 2004