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Robot: inefables accesorios, eximios usuarios

Para las carismáticas cámaras Robot motorizadas a resorte con montura a rosca de Ø26 mm, se fabricaron originales accesorios, que iban de lo eminentemente práctico a lo un tanto delirante. Por otro lado, así como podría citarse una buena cantidad de fotógrafos famosos –de cualquier sexo– asociados al uso de una marca de cámara en particular –Leica, Hasselblad o Mamiya, por citar algún ejemplo– estoy casi seguro de que pondría en un buen aprieto a cualquiera al que pidiese citar a un autor que hubiese utilizado cámaras Robot en su carrera. Tanto de los primeros como de los segundos, os he buscado muestras al respecto: algunos inefables y otros eximios.

© Valentín Sama

Nota: esta es una versión actualizada del artículo publicado previamente en Albedo Media; pero, puesto que la serie, compuesta por cinco artículos, se perdió casi íntegramente al parecer en un accidente informático, se publica aquí de nuevo por petición popular. Con esta entrega, finaliza la reedición de la citada serie.

El telémetro de coincidencia

Tal como he comentado en artículos anteriores acerca de esta saga de las cámaras Robot, la concepción inicial –en 1939– era crear una cámara para película de 35 mm que superase a las Leica en determinados aspectos: mejor construida, más robusta, más pequeña, más rápida de usar y… ¡además motorizada! Todo ello se consiguió ampliamente y de hecho las pequeñas Robot se convirtieron en las preferidas de los ejércitos de diversas naciones en el contexto de la segunda guerra mundial y años posteriores.
 

Las Contax fueron la respuesta de Zeiss Ikon a las Leica. Su telémetro acoplado de coincidencia tenía una base mecánica mayor y por tanto era potencialmente más preciso. © Valentín Sama 

Pero en los años cincuenta, los usuarios también habían comenzado a apreciar las ventajas de disponer de sistemas de enfoque más precisos, que confiasen el éxito de la toma –su nitidez– no solamente a la experiencia del usuario y a la gran profundidad de campo de las cortas focales empleadas generalmente. Aparecían ópticas más luminosas y de focales algo más largas, y así los sistemas de enfoque por telémetro – aunque algo lentos– ganaban adeptos.


Schneider-Kreuznach Xenon 40 mm f/1,9. Códigos de colores en el aro de aberturas de diafragma y en la escla de distancias para ajustes de hiperfocal: a f/4 y con el enfoque ajustado a 10 metros, desde 5 metros a infinito © Valentín Sama

Para esos años cincuenta, mientras las Robot debían enfocarse por estimación, si bien ayudados los usuarios por su sistema de codificación por colores, cámaras como las Alpa (1944), Canon (1937), Contax (1932), Leica (1932), Foca (1945) y Nikon (1948), ya ofrecían enfoque por telémetro. Y ello por no hablar de que desde 1935 (Kine Exakta) las primeras réflex monoculares para película de 35 mm iniciarían –tras la Leica– «la segunda revolución en 35 mm». Así pues, las Robot se encontraban en una difícil tesitura. Y entonces crearon… 

El telémetro de coincidencia accesorio acoplado

En el interior de las pequeñas Robot para objetivos de rosca, simplemente no quedaba espacio para incorporar un telémetro, y además, la idea era no solo ofrecer solución telemétrica sino que además diese servicio a modelos y unidades de cámara ya existentes, y más concretamente a las Robot II, IIa y Star 1. Por ello se creó como accesorio externo, siendo compatible con tres de las ópticas más populares de la gama Robot: Schneider-Kreuznach Xenon 40 mm f/1,9; Schneider-Kreuznach Tele-Xenar 75 mm f/3,8 y Carl Zeiss Jena Tessar 37,5 mm f/2,8.

El telémetro acoplado accesorio aparece ya en la publicación «Robot-Tips», del año 1950 © Valentín Sama 

 El artefacto, es realmente original y se conforma sobre un sólido bastidor metálico que se acopla en torno a la montura de la cámara, y se fija mediante el giro de un sencillo botón moleteado. Piezas ópticas clave son un espejo giratorio a 45 grados y – enfrentado a el– un particular «sándwich» óptico plano que queda acoplado frente a la ventana anterior del visor de la cámara. Pero si la composición de ese «sándwich» ya es muy particular, lo es aún más la parte mecánica. 

El telémetro accesorio acoplable, aparece aquí separado de la cámara Robot. Se fija a la montura para el objetivo mediante el botón moleteado cromado de la parte inferior © Valentín Sama 

Así, en la parte anterior del accesorio telemétrico encontramos una suerte de «palpador» que es guiado por un eje o pistón. Este palpador puede ajustarse –con encaje por clics– en las posiciones «40», «75» o «37,5»… que, seguro que lo adivinaron, corresponden a las focales de los objetivos anteriormente mencionados. 

Pues bien, lo que «palpa» el dispositivo es uno de los bordes anteriores del barrilete de cada objetivo –dependiendo de cuál– siguiéndolo en su desplazamiento hacia adelante y hacia atrás, según enfocamos a distancias menores o mayores. El pistón transmite la señal mecánica al sistema interno ubicado bajo la zona espejada a 45º, y en el visor – teñido de amarillo para mayor contraste– veremos la clásica «mancha» telemétrica de coincidencia en la que se juntan y separan las dos imágenes. Increíble… pero cierto.

Selector de focales del telémetro acoplado accesorio Robot. En primer plano se aprecia el «palpador» del desplazamiento del borde anterior del objetivo © Valentín Sama 

La imagen del espejo externo giratorio –accionado por el pistón accionado por el palpador– es recibida por el minúsculo espejuelo ubicado en el interior del «sándwich» óptico que se coloca frente a la ventana del visor de las Robot II y IIa, generando la doble imagen característica de los telémetros de coincidencia. Una pequeña maravilla optomecánica.

En esta imagen podemos apreciar la «mancha» telemétrica constituida por un minúsculo espejo colocado a 45º dentro del «sándwich» de la ventana del telémetro © Valentín Sama 

Dentro de los accesorios relacionados con las cámaras Robot con montura para objetivos de rosca de Ø26 mm, este es uno de los más raros, y por lo general –si se encuentra– alcanza precios relativamente muy elevados. Esa rareza se debe en gran parte ¡ay!, debido a que no tuvo gran éxito: el uso es prolijo, la imagen no es muy clara y además era caro… 

Hubo que esperar a las Robot Royal III de 1953, con su montura de bayoneta, motor de secuencia hasta 6 fps y telémetro integrado de amplia base, para ofrecer una solución 100% satisfactoria. La soberbia Robot Royal III, probablemente la mejor, más robusta y más elegante telemétrica jamás fabricada, carecía en mi opinión del simpático carácter de las pequeñas Robot con montura de rosca.

Una Robot con el telémetro de coincidencia acoplado accesorio y los tres objetivos compatibles © Valentín Sama 

A vueltas con los chasis de película

En el artículo «De la Robot I a la Robot Star 1» ya expliqué que –por motivos de motorización, entre otros– estas Robot necesitaban de chasis especiales, en unos casos dos «emisor» y «receptor» y en otros casos, ya compatibles con chasis normalizados 135, al menos el receptor –conforme avanzaba la película–. Para más complicación, solo desde la Star1 se disponía de rebobinado… La cuestión es: ¿para qué podría servir este bastante raro pequeño accesorio en baquelita, que parece un cruce entre una tortuga y una petaca?

Un poco común pequeño accesorio Robot en baquelita… © Valentín Sama 

La respuesta la obtenemos desplazando hacia arriba el deslizante moleteado del lado izquierdo, que está cargado a resorte, a fin de evitar su accionamiento casual involuntario… 

¡Una vez abierto, el peculiar dispositivo nos desvela la naturaleza de sus «inquilinos»! © Valentín Sama 

En este caso, a la izquierda hay un chasis comercial normalizado 135-36, pero podría estar un chasis Robot de otro modelo. La «gracia» de este accesorio es que permite rebobinar película tanto en un sentido como en el otro, y ello a plena luz del día, y – naturalmente– sin cámara. El pequeño artefacto acciona también –al cerrarse– la apertura de los labios del chasis del lado derecho, a fin de evitar al máximo la fricción. Al margen de la rareza en si del accesorio, lo que resulta muy difícil es encontrarlo en perfectas condiciones, debido a la fragilidad de la baquelita.

La tapa parasol

Puede parecer un accesorio insignificante, pero esta tapa –de concepto de diseño copiado posteriormente por fabricantes japoneses– es un accesorio realmente raro: en su momento, me fue necesario adquirir una cámara completa, incluyendo el objetivo y la funda para conseguirlo. Una vez abierta la tapa, la sujeción en forma de eje circular permite orientarla para hacer sombra respecto a la dirección del sol. La lista de raros accesorios para las Robot es casi interminable, sobre todo si entramos en los ámbitos de la industria, la ciencia y la vigilancia policial, pero si pensamos en los fotógrafos que utilizaron las Robot… estos pueden ser aún más raros.

© Valentín Sama

Entre los equipos de Robot de los que disponemos, no figura la Robot oculta en sombrero de la STASI… Publicada en 1953, en el «Nürnberger Phototrichter» 

La cara oculta de Vivian Maier

Hay fotógrafos cuyo nombre ha quedado asociado de una manera u otra a marcas y modelos de cámaras, y así –por citar solo unos pocos– podemos hablar de Cartier Bresson y sus Leica, de Weegee y sus Speed Graphic, de Edward Weston y sus Korona, de Elliot Erwitt y sus Leica y también Olympus, a Diane Arbus con su TLR Mamiya, a Sam Haskins con su Pentax 6x7, a Chargesheimer con su Plaubel Makina… Y resulta difícil no identicar a la «nanny» fotógrafa más famosa, a Vivian Maier con sus TLR Rolleiflex, incluyendo una Baby Rolleiflex para 4x4 cm. 

Algo menos conocido, es que también utilizó una Leica. De hecho, en la exposición que se mostró en las salas de Fundación Canal, en Madrid, se pudo comprobar lo importante que es para un autor estar compenetrado con su cámara: las fotografías tomadas con la Leica, eran –si, me atrevo a decirlo– inanes, muy flojas comparadas con las tomadas con sus TLR, quizá, adicionalmente, por haber querido entrar en un medio que no dominaba: el color. 

Pero lo que sí que pienso es que hasta ahora era total o casi totalmente desconocido, que entre los aparatos fotográficos que utilizó Maier figuró también una Robot. Lo he descubierto casualmente repasando uno de sus libros de autorretratos.

«Fall 1958» («Otoño 1958»). Vivian Maier aparece en esta fotografía portando una cámara Robot. © Valentín Sama 

En la fotografía del libro «Vivian Maier / Self Portraits» (1) se aprecia que Vivian Maier porta una Robot, y aunque está casi totalmente oculta por sus manos, podemos ver que podría ser muy probablemente –por fechas de producción (1951 a 1955) y de toma (1958)– una Robot IIa; pero en todo caso se trata de la variante que podía realizar 48 fotogramas seguidos a motor sin tener que remontar su dispositivo a resorte: nos lo desvela «la chimenea alta» del mismo. De la misma forma, para un conocedor del sistema Robot, parece inequívoco que el objetivo montado es un Schneider-Kreuznach Tele-Xenar 75 mm f/3,8.

Self-portrait, undated © Vivian Maier/Maloof Collection, Courtesy Howard Greenberg Gallery, New York 

No conozco o bien no he sabido encontrar ninguna fotografía tomada por Maier con esa Robot. Si apareciese alguna imagen, no sería tan fácil identificarla como tomada con la Robot en lugar de con la Rolleiex, ya que ambas cámaras comparten proporciones de formato: 24x24 mm la primera y 6x6 cm la segunda. Salvo que la famosa «niñera» apareciese reflejada en algún espejo o vidrio, como era muchas veces su costumbre cuando fotografiaba con la TLR. 

Lo más probable es que –con la Robot– los encuadres no fuesen tan precisos, las tomas tan niveladas, como con la Rollei. Lo que si queda demostrado es, por un lado, el interés de Maier por las buenas cámaras y, por otro, su buen poder adquisitivo, al menos en esa época: las Robot–al igual que las Rolleiflex o las Leica– no eran baratas. Personalmente, me intriga si escogió la Robot, bien por su rápida motorización, bien porque el formato de fotograma cuadrado de esta cámara para película de 35 mm estaba en línea con la estética generada por el igualmente cuadrado de sus queridas Rolleiflex. 

La expedición de la Kon-Tiki: un rayo de sol para niños, en un mundo gris

A principio de los años cincuenta del siglo pasado, tal como he comentado en alguna ocasión en escritos anteriores, no existía en nuestro país la televisión, y mucho menos Internet o «inventos del diablo» parecidos, al tiempo que una férrea censura política y religiosa «filtraba» todo aquello que uno podía leer e incluso oír por la radio, ya que las emisoras potencialmente más interesantes estaban interferidas por el Estado con una «chicharra» que impedía teóricamente su recepción (2). 

Pero aparte de hacer travesuras de todo tipo, desde la fabricación de petardos caseros a lanzarnos cuesta abajo en «goiti» –goitiberas– de forma casi suicida por carreteras secundarias poco transitadas, disparar con escopetas de aire comprimido, portar responsablemente navajas que pondrían a los padres de ahora los pelos de punta (3), también podíamos hacer algo como tomar fotos y leer libros de aventuras, algunas de ellas reales, tan reales como «La Expedición de la Kon-Tiki». En el fondo, éramos afortunados. Pobres en recursos y ricos en vivencias, en explorar en amistad nuestro entorno. Pregunten a algún niño de ahora o a algún adulto del entorno de los 30 años por «la Kon-Tiki»… ¡ay, qué pena! 

Dos libros fundamentales para entender todo lo relacionado con la Kon-Tiki y con otra forma de entender la vida. Mi libro original en alemán, lo perdí en algunos de mis naufragios personales… © Valentín Sama 

[…Mientras duró el viaje, no se produjo entre nosotros la menor discusión ni la más pequeña diferencia. Por el contrario, los seis desconocidos que habíamos embarcado juntos éramos ya, y para siempre, hermanos…] 

Wikipedia os ofrece ahora –casi– todo lo que debáis saber sobre esta expedición, pero os adelanto unos datos: en 1947, un equipo de seis hombres recorrió casi 7.000 Km en 101 días, por el Océano Pacífico, desde Perú hasta Polinesia, en una primitiva balsa de madera, impulsados solo por el viento y las corrientes. La expedición, de carácter científico tenía como fin explorar una teoría sobre el origen de la población de Polinesia, y el noruego Thor Heyerdahl, capitán de la misión, supo rodearse de un buen puñado de «angelitos» para la misma. Entre ellos estaba Erik Hesselberg, experto en temas de navegación y artista (4). 

Erik aportó a la expedición su cámara personal: una Robot I… ¿what else?. La Robot I, con su Carl Zeiss Jena Tessar 3 cm f/2,8, no solo sobrevivió los 101 días de exposición a la humedad, el salitre y las tormentas, sino también el «salto» final –el día 7 de agosto a las 10h 17 minutos– de la balsa Kon-Tiki sobre el temible y cortante arrecife de coral que rodeaba el atolón de Raroia. Vale la pena leer el relato, tanto de Erik Hesselberg como de Thor Heyerdahl, ya que –con un estilo diferente– son complementarios.

La cámara Robot I de Erik Hesselberg, que le acompañó en la expedición de la Kon-Tiki © Bjoertvedt, CC 

La cámara Robot I realizó el registro de foto fija de la expedición (5) y existe una anécdota fotográfica que no puedo dejar de contar, dada mi propia experiencia personal colateral al respecto. Según Thor Heyerdahl, autor del libro La Expedición de la Kon-Tiki, en un momento dado decidieron revelar unos rollos de película, pues lógicamente no podían saber si la cámara estaba funcionando correctamente o no, y algunas fotos de la vida a bordo se podían repetir en caso de ser necesario. 

Por extraño que parezca, Erik había previsto todo y llevaba consigo los productos para el procesado. Tras un episodio en el que merodeó en torno a la balsa un tiburón ballena, Erik al parecer no se pudo contener y reveló dos películas… con resultados desastrosos. Todo salió agrisado, con fuerte velo y con extrañas borrosidades.

Esta fotografía fue tomada viviendo peligrosamente: desde el bote neumático de emergencia, atado mediante un simple cabo… © Kon-Tiki

Con la potente radio militar que llevaban a bordo lanzaron al éter un mensaje de ayuda técnica, y pronto un radioaficionado de... ¡Hollywood! se puso en contacto con ellos a través del receptor National NC-173, que portaban en la balsa, y más tarde con un laboratorio especializado para alcanzar el veredicto: la temperatura de los baños era demasiado elevada, y eso había no solo producido el velo, sino una fusión parcial de la gelatina. 

En efecto: lo más que podían bajar la temperatura de los baños era a la del agua del mar que les rodeaba, que era de nada menos que de 26 a 27 grados (6). Pero resulta que Herman Watzinger era –entre otros temas– experto en refrigeración y pidió permiso al capitán para utilizar … «una botellita de ácido fénico perteneciente a la dotación del botecito de caucho el cual ya teníamos permanente hinchado»… (7) y al parecer, tras un tejemaneje con una cafetera, cubierto bajo un saco de dormir y un jersey de lana, el bueno de Herman apareció con tres cosas: una gran sonrisa, la barba llena de escarcha y una bola de hielo. Bajaron la temperatura de los baños a 15 grados, ajustaron los tiempos y el siguiente rollo salió perfectamente revelado… ¡Naturalmente que la pequeña Robot I funcionaba adecuadamente! 

Los intrépidos tripulantes de la Kon-Tiki se atrevieron a «pescar» piezas un tanto peligrosas. La pequeña Robot fue indispensable para el registro de foto fija una vez comprobado su buen funcionamiento. © Kon-Tiki 

La balsa Kon-Tiki y todo lo relacionado –incluyendo la Robot I de Erik– puede verse en el Museo Kon-Tiki de Noruega.

El libro de Erik Hesselberg «Kon-Tiki y yo» © Valentín Sama 

Aunque descatalogado, el libro de Erik Hesselberg puede encontrarse de segunda mano. En mi opinión, vale la pena, tanto por los numerosos dibujos –una gran parte realizada durante la travesía–, como por el fino sentido del humor que destila.

En esta misma serie:

Por razones técnicas los eventuales comentarios no deben exceder en extensión las 500/600 palabras. Todos los comentarios están sujetos a moderación. 

(1) ISBN 978-1-57687-662-6
(2) En aquella época, con unos doce años, ya algunos nos fabricábamos muy decentes radios de válvulas que nos permitían «esquivar» por poco esas chicharras y a pesar del molesto sonido de fondo escuchar por ejemplo aquello de «Aquí Radio España Independiente»…
(3) Esas navajas servían para sacar punta a los lápices y a palos en el monte que se convertían en lanzas, para cortar sedales de pesca y también, para dejar nuestra huella en los pupitres de madera de la escuela con ingeniosas muescas: todavía no existían los aerosoles, pero nosotros dejábamos ya nuestra marca.(4) El libro de Thor Heyerdahl está todavía catalogado en español (ISBN 978-84-261.0748-0), al tiempo que el de Erik Hesselberg (ISBN 84-2612050-4) solo lo he encontrado de segunda mano, y –lástima por los dibujos– únicamente en pequeño tamaño de bolsillo 
(5) Simultáneamente se grabó en película cinematográa de 16 mm. La cinta, una vez montada, se hizo acreedora a un «Academy Award» al mejor documental en 1951. Con respecto al , nuestro colaborador Julio Gómez, experto en cuestiones cinematográficas, nos comenta: «se rodó un documental en 16 mm que se estrenó en 1950. La cámara era una Bolex H16, extremadamente común en la época, Aún hoy no es demasiado complicado encontrar unidades en condiciones decentes. De los distintos modelos de H16 que se fabricaron –un total de 12– presumo por fechas –aunque no podría asegurarlo– que fue el segundo, que empezó a venderse inmediatamente después de finalizar la Segunda Guerra Mundial –el tercero no apareció hasta 1956 y el original hubiera sido una pesadilla para usar en las condiciones de la expedición–». 
(6) Hoy en día nos parece «normal» revelar nuestros negativos en B/N a temperaturas de 22 y 24 ºC y el hecho de que las de color se procesen a más de 35 ºC. Pero desde 1940 hasta bien entrados los años 1960-70, las gelatinas de las emulsiones no estaban pre-endurecidas y yo tuve más de un percance con las de las Kodak Plus-X Pan e Ilford HP4: revelar a más de 18 ºC era jugársela y para eso estaban las fórmulas de «reveladores tropicales» (7) Así consta en la edición española, y reconozco mi ignorancia al respecto, pero me pregunto si no estaríamos hablando de un cartucho de anhídrido carbónico, que sí que hubiese producido un bloque de «hielo seco». 

Comentarios

elrectanguloenlamano ha dicho que…
Un lujo de artículo, una vez más, sobre esta saga de pequeñas y muy interesantes cámaras.

Es increíble, tal y como explicas, que el genio Heinz Kilfitt consiguiera crear de la nada un telémetro de coincidencia acoplado, ya que no había espacio para incorporar un telémetro dentro del cuerpo de cámara.

En este sentido, la foto de este telémetro accesorio acoplable separado de la cámara Robot es muy reveladora, porque la precisión de mecanizado y belleza de la zona inferior metálica que se fija a la montura es admirable, al igual que el botón moleteado cromado de la parte inferior que acopla este muy especial accesorio, repleto de aura, a la cámara.

Y no digamos ya la proeza técnica para la época de que el palpador guiado por eje o pistón pueda ajustarse mediante encaje por clicks en las posiciones 40, 75 o 37,5 correspondientes a los tres objetivos más importantes disponibles para esta icónica cámara.

No me extraña que mucha gente te pidiera intentar recuperar estos cinco artículos, con diferencia los mejores y más completos realizados hasta la fecha en el mundo sobre esta saga de pequeñas y alucinantes cámaras Robot, para las que se fabricaron además una amplísima variedad de accesorios, a cual más exóticos.

Muchas gracias, Valentín
Valentín Sama ha dicho que…
Desde luego, José Manuel, ¡qué maravillas mecanoópticas se hacían en esa época!
Ingenio, torneros, fresadores, tallado óptico, semiespejos, atrevimiento, montaje de precición... y ganas de hacer las cosas bien.
Y Kilfitt era un genio independiente: también creo los primeros objetivos macro, los «Makro Kilar», y «tuvo mano» en el primer objetivo zoom para cámaras réflex monoculares, el Voigtländer Zoomar. ¡Hasta por Metz, anduvo!
Gracias por las amables palabras
Un abrazo
Valentón

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