Para las carismáticas cámaras Robot motorizadas a resorte con montura a rosca de Ø26 mm, se fabricaron originales accesorios, que iban de lo eminentemente práctico a lo un tanto delirante. Por otro lado, así como podría citarse una buena cantidad de fotógrafos famosos –de cualquier sexo– asociados al uso de una marca de cámara en particular –Leica, Hasselblad o Mamiya, por citar algún ejemplo– estoy casi seguro de que pondría en un buen aprieto a cualquiera al que pidiese citar a un autor que hubiese utilizado cámaras Robot en su carrera. Tanto de los primeros como de los segundos, os he buscado muestras al respecto: algunos inefables y otros eximios.
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© Valentín Sama |
Nota: esta es una versión actualizada del artículo publicado previamente en Albedo Media; pero, puesto que la serie, compuesta por cinco artículos, se perdió casi íntegramente al parecer en un accidente informático, se publica aquí de nuevo por petición popular. Con esta entrega, finaliza la reedición de la citada serie.
El telémetro de coincidencia
Para esos años cincuenta, mientras las Robot debían enfocarse por estimación, si bien ayudados los usuarios por su sistema de codificación por colores, cámaras como las Alpa (1944), Canon (1937), Contax (1932), Leica (1932), Foca (1945) y Nikon (1948), ya ofrecían enfoque por telémetro. Y ello por no hablar de que desde 1935 (Kine Exakta) las primeras réflex monoculares para película de 35 mm iniciarían –tras la Leica– «la segunda revolución en 35 mm». Así pues, las Robot se encontraban en una difícil tesitura. Y entonces crearon…
El telémetro de coincidencia accesorio acoplado
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El telémetro acoplado accesorio aparece ya en la publicación «Robot-Tips», del año 1950 © Valentín Sama |
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El telémetro accesorio acoplable, aparece aquí separado de la cámara Robot. Se fija a la montura para el objetivo mediante el botón moleteado cromado de la parte inferior © Valentín Sama |
Pues bien, lo que «palpa» el dispositivo es uno de los bordes anteriores del barrilete de cada objetivo –dependiendo de cuál– siguiéndolo en su desplazamiento hacia adelante y hacia atrás, según enfocamos a distancias menores o mayores. El pistón transmite la señal mecánica al sistema interno ubicado bajo la zona espejada a 45º, y en el visor – teñido de amarillo para mayor contraste– veremos la clásica «mancha» telemétrica de coincidencia en la que se juntan y separan las dos imágenes. Increíble… pero cierto.
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Selector de focales del telémetro acoplado accesorio Robot. En primer plano se aprecia el «palpador» del desplazamiento del borde anterior del objetivo © Valentín Sama |
La imagen del espejo externo giratorio –accionado por el pistón accionado por el palpador– es recibida por el minúsculo espejuelo ubicado en el interior del «sándwich» óptico que se coloca frente a la ventana del visor de las Robot II y IIa, generando la doble imagen característica de los telémetros de coincidencia. Una pequeña maravilla optomecánica.
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En esta imagen podemos apreciar la «mancha» telemétrica constituida por un minúsculo espejo colocado a 45º dentro del «sándwich» de la ventana del telémetro © Valentín Sama
Hubo que esperar a las Robot Royal III de 1953, con su montura de bayoneta, motor de secuencia hasta 6 fps y telémetro integrado de amplia base, para ofrecer una solución 100% satisfactoria. La soberbia Robot Royal III, probablemente la mejor, más robusta y más elegante telemétrica jamás fabricada, carecía en mi opinión del simpático carácter de las pequeñas Robot con montura de rosca.
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Una Robot con el telémetro de coincidencia acoplado accesorio y los tres objetivos compatibles © Valentín Sama |
A vueltas con los chasis de película
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Un poco común pequeño accesorio Robot en baquelita… © Valentín Sama |
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¡Una vez abierto, el peculiar dispositivo nos desvela la naturaleza de sus «inquilinos»! © Valentín Sama
La tapa parasol
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© Valentín Sama |
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Entre los equipos de Robot de los que disponemos, no figura la Robot oculta en sombrero de la STASI… Publicada en 1953, en el «Nürnberger Phototrichter» |
La cara oculta de Vivian Maier
Algo menos conocido, es que también utilizó una Leica. De hecho, en la exposición que se mostró en las salas de Fundación Canal, en Madrid, se pudo comprobar lo importante que es para un autor estar compenetrado con su cámara: las fotografías tomadas con la Leica, eran –si, me atrevo a decirlo– inanes, muy flojas comparadas con las tomadas con sus TLR, quizá, adicionalmente, por haber querido entrar en un medio que no dominaba: el color.
Pero lo que sí que pienso es que hasta ahora era total o casi totalmente desconocido, que entre los aparatos fotográficos que utilizó Maier figuró también una Robot. Lo he descubierto casualmente repasando uno de sus libros de autorretratos.
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«Fall 1958» («Otoño 1958»). Vivian Maier aparece en esta fotografía portando una cámara Robot. © Valentín Sama |
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Self-portrait, undated © Vivian Maier/Maloof Collection, Courtesy Howard Greenberg Gallery, New York |
No conozco o bien no he sabido encontrar ninguna fotografía tomada por Maier con esa Robot. Si apareciese alguna imagen, no sería tan fácil identificarla como tomada con la Robot en lugar de con la Rolleiex, ya que ambas cámaras comparten proporciones de formato: 24x24 mm la primera y 6x6 cm la segunda. Salvo que la famosa «niñera» apareciese reflejada en algún espejo o vidrio, como era muchas veces su costumbre cuando fotografiaba con la TLR.
Lo más probable es que –con la Robot– los encuadres no fuesen tan precisos, las tomas tan niveladas, como con la Rollei. Lo que si queda demostrado es, por un lado, el interés de Maier por las buenas cámaras y, por otro, su buen poder adquisitivo, al menos en esa época: las Robot–al igual que las Rolleiflex o las Leica– no eran baratas. Personalmente, me intriga si escogió la Robot, bien por su rápida motorización, bien porque el formato de fotograma cuadrado de esta cámara para película de 35 mm estaba en línea con la estética generada por el igualmente cuadrado de sus queridas Rolleiflex.
La expedición de la Kon-Tiki: un rayo de sol para niños, en un mundo gris
Pero aparte de hacer travesuras de todo tipo, desde la fabricación de petardos caseros a lanzarnos cuesta abajo en «goiti» –goitiberas– de forma casi suicida por carreteras secundarias poco transitadas, disparar con escopetas de aire comprimido, portar responsablemente navajas que pondrían a los padres de ahora los pelos de punta (3), también podíamos hacer algo como tomar fotos y leer libros de aventuras, algunas de ellas reales, tan reales como «La Expedición de la Kon-Tiki». En el fondo, éramos afortunados. Pobres en recursos y ricos en vivencias, en explorar en amistad nuestro entorno. Pregunten a algún niño de ahora o a algún adulto del entorno de los 30 años por «la Kon-Tiki»… ¡ay, qué pena!
[…Mientras duró el viaje, no se produjo entre nosotros la menor discusión ni la más pequeña diferencia. Por el contrario, los seis desconocidos que habíamos embarcado juntos éramos ya, y para siempre, hermanos…]
Wikipedia os ofrece ahora –casi– todo lo que debáis saber sobre esta expedición, pero os adelanto unos datos: en 1947, un equipo de seis hombres recorrió casi 7.000 Km en 101 días, por el Océano Pacífico, desde Perú hasta Polinesia, en una primitiva balsa de madera, impulsados solo por el viento y las corrientes. La expedición, de carácter científico tenía como fin explorar una teoría sobre el origen de la población de Polinesia, y el noruego Thor Heyerdahl, capitán de la misión, supo rodearse de un buen puñado de «angelitos» para la misma. Entre ellos estaba Erik Hesselberg, experto en temas de navegación y artista (4).
Erik aportó a la expedición su cámara personal: una Robot I… ¿what else?. La Robot I, con su Carl Zeiss Jena Tessar 3 cm f/2,8, no solo sobrevivió los 101 días de exposición a la humedad, el salitre y las tormentas, sino también el «salto» final –el día 7 de agosto a las 10h 17 minutos– de la balsa Kon-Tiki sobre el temible y cortante arrecife de coral que rodeaba el atolón de Raroia. Vale la pena leer el relato, tanto de Erik Hesselberg como de Thor Heyerdahl, ya que –con un estilo diferente– son complementarios.
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La cámara Robot I de Erik Hesselberg, que le acompañó en la expedición de la Kon-Tiki © Bjoertvedt, CC |
La cámara Robot I realizó el registro de foto fija de la expedición (5) y existe una anécdota fotográfica que no puedo dejar de contar, dada mi propia experiencia personal colateral al respecto. Según Thor Heyerdahl, autor del libro La Expedición de la Kon-Tiki, en un momento dado decidieron revelar unos rollos de película, pues lógicamente no podían saber si la cámara estaba funcionando correctamente o no, y algunas fotos de la vida a bordo se podían repetir en caso de ser necesario.
Por extraño que parezca, Erik había previsto todo y llevaba consigo los productos para el procesado. Tras un episodio en el que merodeó en torno a la balsa un tiburón ballena, Erik al parecer no se pudo contener y reveló dos películas… con resultados desastrosos. Todo salió agrisado, con fuerte velo y con extrañas borrosidades.
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Esta fotografía fue tomada viviendo peligrosamente: desde el bote neumático de emergencia, atado mediante un simple cabo… © Kon-Tiki
Con la potente radio militar que llevaban a bordo lanzaron al éter un mensaje de ayuda técnica, y pronto un radioaficionado de... ¡Hollywood! se puso en contacto con ellos a través del receptor National NC-173, que portaban en la balsa, y más tarde con un laboratorio especializado para alcanzar el veredicto: la temperatura de los baños era demasiado elevada, y eso había no solo producido el velo, sino una fusión parcial de la gelatina.
En efecto: lo más que podían bajar la temperatura de los baños era a la del agua del mar que les rodeaba, que era de nada menos que de 26 a 27 grados (6). Pero resulta que Herman Watzinger era –entre otros temas– experto en refrigeración y pidió permiso al capitán para utilizar … «una botellita de ácido fénico perteneciente a la dotación del botecito de caucho el cual ya teníamos permanente hinchado»… (7) y al parecer, tras un tejemaneje con una cafetera, cubierto bajo un saco de dormir y un jersey de lana, el bueno de Herman apareció con tres cosas: una gran sonrisa, la barba llena de escarcha y una bola de hielo. Bajaron la temperatura de los baños a 15 grados, ajustaron los tiempos y el siguiente rollo salió perfectamente revelado… ¡Naturalmente que la pequeña Robot I funcionaba adecuadamente!
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Comentarios
Es increíble, tal y como explicas, que el genio Heinz Kilfitt consiguiera crear de la nada un telémetro de coincidencia acoplado, ya que no había espacio para incorporar un telémetro dentro del cuerpo de cámara.
En este sentido, la foto de este telémetro accesorio acoplable separado de la cámara Robot es muy reveladora, porque la precisión de mecanizado y belleza de la zona inferior metálica que se fija a la montura es admirable, al igual que el botón moleteado cromado de la parte inferior que acopla este muy especial accesorio, repleto de aura, a la cámara.
Y no digamos ya la proeza técnica para la época de que el palpador guiado por eje o pistón pueda ajustarse mediante encaje por clicks en las posiciones 40, 75 o 37,5 correspondientes a los tres objetivos más importantes disponibles para esta icónica cámara.
No me extraña que mucha gente te pidiera intentar recuperar estos cinco artículos, con diferencia los mejores y más completos realizados hasta la fecha en el mundo sobre esta saga de pequeñas y alucinantes cámaras Robot, para las que se fabricaron además una amplísima variedad de accesorios, a cual más exóticos.
Muchas gracias, Valentín
Ingenio, torneros, fresadores, tallado óptico, semiespejos, atrevimiento, montaje de precición... y ganas de hacer las cosas bien.
Y Kilfitt era un genio independiente: también creo los primeros objetivos macro, los «Makro Kilar», y «tuvo mano» en el primer objetivo zoom para cámaras réflex monoculares, el Voigtländer Zoomar. ¡Hasta por Metz, anduvo!
Gracias por las amables palabras
Un abrazo
Valentón