Siempre.
Siempre que se pueda, claro.
Para mí esta era la premisa. Siempre que pudiese, que quisiese. La vida subordinada a la fotografía. También el tiempo, la energía, el dinero, los horarios, las comidas, el trabajo, las vacaciones. Si algo te gusta, ¿por qué restringirlo? Pues eso, a por todas.
También es verdad que aquí también aparecen las limitaciones mentales, los tópicos, las influencias. Te pones a leer (al menos sobre fotografía de paisaje) y enseguida surgen la «hora mágica», las luces buenas y las peores, las épocas malas y las idóneas. Obligatorio levantarse temprano, muy temprano, evitar las horas centrales, regresar después del atardecer. El otoño muy bueno, la primavera y el invierno bien, el verano más bien mal.
Así que lees, aprendes y decides irte en noviembre a fotografiar bosques de hoja caduca, en primavera campos de flores, en invierno el hielo de algunos riachuelos y en verano con la familia. No hay nada malo en esto: todo organizado, bien atado y con resultados decentes.
© Fernando Puche |
Pero llega un día en que las fotos se repiten y no tiene que pasar nada. Llega un día en que los bosques otoñales se acaban y no han de cambiar las cosas. Llega un día en que tienes muchas fotos con hielo en los arroyos y no tiene que suceder nada. Llega un día en que has retratado cientos de amaneceres y todo sigue rodando. Quizá que uno de esos días te preguntas si no puedes fotografiar en verano, a mediodía, en medio de una arboleda sin hojas y sin una pizca de agua alrededor. ¿Puedes? Claro que puedes.
Yo miraba mis fotos y comencé a preguntarme por qué tantas nubes rosadas, tantos horizontes separando el cielo y la tierra, tantos reflejos de cumbres nevadas, tantos árboles con hojas amarillas, tantos momentos decisivos con luces mágicas.
Y me dije: un poco de imaginación, por favor. Algo más de variedad, de reflexión, de apertura de mente. Esto es lo que me dije. Creo que ya no volví a fotografiar en función de las horas del día o de las estaciones del año. Me dije: primero imagina y luego mira a ver cuándo te viene bien hacerlo. Nada de llegar a las seis de la mañana y entonces ver qué fotografiar. No, nada de eso. Primero la visualización y luego decidir el momento. Y, claro, dejé de fantasear con nubes rosadas y bosques incandescentes. Imaginé cosas abstractas, movidas, borrosas, cosas menos “mágicas”. Y me olvidé del otoño, la primavera y el invierno. Me olvidé de llegar a las cinco de la mañana y de quedarme hasta el ocaso. También me hice mayor, eso es cierto.
© Fernando Puche |
En definitiva, hice otras fotos. No sé si mejores o peores, pero el caso es que también me gustaban. Eran distintas. Tenían otro «hechizo». Ya no eran las fotos de otros; eran mis fotos. Ya no perseguía una magia ajena, sino una propia. En realidad, lo que pasó es que mi cabeza aprendió a mirar más lejos. Más allá del tiempo, la climatología, los periodos del año y las horas del día. Y sin necesidad de un teleobjetivo.
En esta misma serie:
En esta misma serie:
– Buscando respuestas – Prólogo
– ¿Qué Fotografiar?
Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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