Antes de comprar mi primera cámara de gran formato nunca había utilizado una. Era maravilloso tenerla entre las manos, aunque apenas sabía usarla. Fue un capricho, la típica cosa que no necesitas, pero que te produce una satisfacción enorme. Creo que se llama consumismo, y en fotografía también existe.
Como no tenía muy claro que las fotos me fuesen a salir bien a la primera, me compré un manual específico para la utilización de este tipo de cámaras. El libro explicaba muchas cosas, quizá más de las que yo necesitaba y de las que mi cabeza podía asimilar en aquella época. Aprendí a abrirla, lo primero, y luego a mirar a través de ella, a enfocar y a montarla sobre el trípode. Aprendí también a fijar bien los tornillos, a cerrarla con cuidado y a engrasarla cuando los movimientos de las distintas partes no eran fluidos. Me costó un tiempo hacerme a ella y, sobre todo, a perder el miedo a romperla. Cuando logré las primeras placas que me gustaron di por finalizada mi etapa de aprendizaje técnico.
Un aparato grande, mecánico, pesado y de madera requiere cierta adaptación. Sin embargo, algunas de mis primeras dudas tenían que ver con hasta qué punto esta herramienta iba a cambiar mi manera de hacer fotos.
En apenas un par de años me di cuenta de que, aunque estuviese mirando a través de un artilugio diferente, mi modo de fotografiar era exactamente el mismo: soñar, buscar, mirar, sentir y decidir. El mismo proceso básico que había seguido hasta entonces permanecía intacto. Qué alivio.
© Fernando Puche |
Mis fotógrafos de referencia también tenían sus modos de atrapar lo que perseguían. Ansel Adams y su exaltación gloriosa del mundo natural. Galen Rowell y su búsqueda del paisaje dinámico. Michael Fatali y su devoción por la espectacularidad de los lugares apartados. El japonés Shinzo Maeda y su visión sencilla e íntima de un paisaje sin luces mágicas ni momentos decisivos. Freeman Patterson y su empeño en ir más allá de sus propios prejuicios. Sally Mann y sus paisajes sureños contrastados, oníricos, casi lúgubres, en cierto modo irreales. Michael Kenna y su simplicidad compositiva. Aun así, todos ellos han soñado, buscado, mirado, sentido y decidido.
Cada cabeza una forma de mirar, cada contexto un modo de entender la realidad visible, cada sociedad una manera de enseñarnos el valor del arte, de los sueños, de la creatividad. Cada búsqueda es una sublimación de un yo, de una emoción, de un deseo.
Brooks Jensen, hablando de nuestros héroes, escribió este consejo: «No seas como ellos; busca lo que ellos buscaron.» Y claro, estuve años preguntándome qué buscaban. Y respondí a esta cuestión con mi propia subjetividad (la única que tengo): buscaban trascender, buscaban su particular idea de lo bello, buscaban placer sensorial y buscaban, creo yo, conectar con los demás.
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Da igual si es cierto o no, nunca pude preguntárselo. El caso es que llevo toda la vida haciéndome esta pregunta: ¿cómo hallar la belleza, el sentido de la fotografía, la emoción a través de la cámara y un puente que me conecte al resto de las almas?
Y mis respuestas han ido variando según mi edad, mi grado de madurez, mis necesidades y mis sentimientos acerca de la vida y el arte. Mi propia obra refleja a la persona que he sido en cada momento.
¿Cómo fotografiar? Pues como decía el padre del Premio Nobel V. S. Naipaul que tenía que escribir: con las entrañas.
En esta misma serie:
– Buscando respuestas – Prólogo
Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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