Bien, ya estamos en el siguiente nivel. Hemos llegado al próximo desafío y hemos dejado atrás eso de que la fotografía miente (¿acaso no mentía cuando se inventó?), las imágenes retocadas, las generadas en un ordenador o los premios a fotografías manipuladas e incluso recreadas a través de programas informáticos. Todo esto es presente, pero también pasado porque ya ha sucedido. Ahora nos enfrentamos a un nuevo reto y tendremos que volver a programar nuestras mentes. Lo mismo que lleva haciendo la humanidad desde el comienzo de los tiempos.
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© Valentín Sama |
Al margen de las implicaciones laborales, las dos preguntas básicas que nos hemos estado haciendo una y otra vez en estos dos últimos siglos son: qué es una fotografía y para qué sirve. La lista de definiciones y respuestas podría llenar con facilidad un libro entero. Testigo, documento, ilustración, arte, prueba, ficción, manifiesto, terapia, símbolo, sublimación, deseo… Todo esto, y más, ha sido la fotografía, y para todo ello, y más, nos ha sido útil.
Ahora, de nuevo, la tecnología da otro giro de tuerca (o unos cuantos de golpe) y nos vuelve a enfrentar a las viejas preguntas de siempre. Esto significa, por fortuna, que sigue viva y que los fotógrafos todavía tenemos cosas que decir porque la fotografía está al servicio de las personas, como toda herramienta fabricada por el ser humano. Su devenir depende del uso que se le da en cada momento. La creación y utilización de imágenes ha ido cambiando de significado y de objetivos a lo largo de la historia en función de los avances técnicos y de las necesidades de cada sociedad. Su futuro, por tanto, depende de lo que busquemos en ellas, con ellas y a través de ellas.
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© Óscar de Miguel |
Hay cosas que la IA todavía no es capaz de hacer, porque está claro que podrá hacer la foto «perfecta», pero de momento no puede ver el mundo a través de nuestros ojos. Podemos pedirle que nos genere una imagen de lo que nos gustaría encontrar, pero no puede salir a la calle y seleccionar un motivo según nuestro estado de ánimo. Podemos pedirle una foto concreta de lo que nos gustaría captar, pero no puede retratar el mundo en función de cómo interactuamos con él a cada instante. Podemos pedirle que mezcle diferentes realidades para crear una imagen que colme nuestras expectativas, pero no puede experimentar la realidad física del mundo para decidir qué merece la pena según nuestra propia biografía.
Hay cosas que todavía solo puede hacerlas alguien que mira, escucha, siente, saborea, huele y toca. Alguien que llora y goza, que sufre y ama. Alguien con una estructura neuronal que cambia según una existencia determinada. Puede que esta sea nuestra oportunidad de seguir creando fotografías que una máquina no puede hacer: colocar la experiencia del mundo físico (visual, emotiva, táctil, sonora, racional, orgánica...) en el centro del proceso fotográfico.
En su papel de herramienta para retratar el mundo (el físico y el imaginario, el visible y el invisible) es lógico que la fotografía continúe ahondando en su naturaleza más profunda: la distancia existente –a veces ínfima, a veces inabarcable– entre realidad y ficción, entre simulacro e imagen, entre memoria y verdad, entre subjetividad y esencia.
Y precisamente porque nos seguimos haciendo las mismas preguntas, la fotografía –al margen de como la llamemos en el futuro– seguirá interponiéndose entre el mundo y nosotros.
En esta serie:
Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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