Parece mentira, pero las personas de mi generación, los denominados «baby boomers», hemos asistido en un periodo de tiempo relativamente corto al fin de la Historia (Fukuyama, 1992), al ocaso de las utopías (comenzando por Herbert Marcuse), al final del mundo (año 2000) y parece que ahora estemos asistiendo a la muerte de la fotografía. El caso es que las facultades de Historia permanecen abiertas, seguimos soñando mundos imposibles, la Tierra continúa girando y todavía hay quienes, cámara en mano, transforman la realidad en imágenes que exhiben a veces en una performance que aún llamamos «exposición de fotografía». La moraleja de esto podría ser que somos esencialmente pesimistas, que nos gusta demasiado el final de las cosas o que preferimos hablar de la muerte sin nombrarla a través de la desaparición de realidades más cotidianas y menos oscuras. A saber.
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A la fotografía le pasa lo mismo que a otras cuestiones sociales, es decir, cada vez que algo amenaza con transformarla pareciera que su final está cerca. Siendo estrictos, no se acaba la fotografía (como no se han extinguido la pintura o la poesía que son más antiguas), en todo caso se “acaba” el universo particular que hemos construido alrededor de ella. Un universo, por cierto, hecho de hábitos, opiniones, sueños y certezas. Por eso, cuando aparece una técnica, un aparato, una aplicación o un uso que modifica esas rutinas o esos dogmas, entonces parece que todo se derrumba. Yo vi certificada la muerte de la película fotográfica hace veinte años. Algunos, pico y pala en mano, comenzaron entonces a cavar su tumba. Y ya veis, aquí estamos.
Sé que me repito, pero no puedo evitarlo: la fotografía no es ni analógica ni digital, no es de formato medio o de gran formato, no es retiniana o conceptual. Se trata de una manera que hemos inventado los humanos de expresarnos a través de fotografías, y supone un modo particular de relacionarnos con el mundo (no solo visualmente). No es el único, ni mucho menos, y no es incompatible con otros. Relacionarnos con lo que nos rodea a través de imágenes significa profundizar en cómo concebimos esas mismas realidades, cómo queremos estar en contacto con ellas y cómo nos vemos a nosotros mismos en relación a nuestra idea del mundo. Y también el modo en cómo interactuamos con los demás a través de las fotos que hacemos.
© Xavier Llop |
La fotografía, ya lo dije (perdón de nuevo), no va de hacer fotos. Por eso, cada vez que surge un nuevo método de crear imágenes parece que algo se muere. Aparece la tristeza, el desconcierto, la incredulidad. Nos tiemblan las piernas, como a ese escalador que no encuentra dónde agarrarse. Puede que sea porque inconscientemente identificamos a la persona que hace fotos con alguien que retrata lo que tiene alrededor y nos descoloca que haya máquinas que hagan lo mismo, pero mejor y más rápido.
Si dejásemos de vernos como alguien que retrata el mundo (su mundo) y nos viésemos como personas que necesitan expresarse a través de fotografías que reflejan lo que somos, quizá no pensaríamos tanto en la muerte de la fotografía (que necesariamente ha de cambiar) y le dedicaríamos más tiempo a reflexionar sobre qué buscamos con ella y cómo lograrlo. Con IA o sin IA.
La fotografía nos permite experimentar lo que nos rodea de una manera particular y expresar esa vivencia a través de imágenes. Podríamos haber elegido las palabras para narrar nuestra aventura vital. Podríamos habernos decantado por la pintura para fijar esas maravillosas experiencias. Podríamos haber escogido la escultura, el grabado, la música o el cine. Pero por causas que a veces se escapan nos decantamos por crear imágenes del entorno que más nos importa. La tecnología cambia las cosas desde fuera, pero las personas hacemos fotos desde nuestro interior. Es posible, supongo, que si seguimos haciendo fotos con el alma la fotografía siga viva por mucho tiempo. Incluso que nos sobreviva. Quién sabe.
Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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