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Fotografía e Inteligencia Artificial (II). Un artículo de Fernando Puche

Pasemos de pantalla. Como en un videojuego. Reconozco que no soy de videojuegos, pero al menos sé que en la mayoría vas pasando de un nivel a otro superior, de una pantalla a otra más compleja, de un desafío al siguiente. Y así sumas puntos, logras un tesoro, una medalla, comida de mentira, dinero virtual o lo que sea.

Videojuego «Pong» National Videogame Museum

Retiniana, analógica, realista, informativa, conceptual, estética, digital, modificada, artística… Hemos pasado muchas pantallas desde el siglo XIX, y otras que vendrán, seguro. Cada una de ellas cuestionando la pantalla anterior y proyectándonos hacia el futuro. Matar al padre, romper con el pasado, expandir los límites. Podemos llamarlo como queramos; el caso es que hemos alcanzado un nuevo nivel y parece, otra vez más, que el mundo se derrumba.

A veces la fotografía cambia (técnica y conceptualmente) más rápido de lo que nosotros estamos dispuestos a asumir. Es como un atleta haciendo de liebre al que a duras penas podemos seguir. Nos lleva con la lengua fuera, casi sin aliento, las piernas a punto de desfallecer. Y con cada cambio parece que entremos en una dimensión desconocida y apabullante: blanco y negro, placas de cristal, 35 mm, color, cámaras de bolsillo, objetivos descentrables, tecnología digital y ahora IA, es decir, algoritmos capaces de crear a partir de nuestras propias imágenes (las mías, las tuyas, las de todos) creaciones visuales imposibles de captar con una cámara convencional.

De todas formas, hace mucho que el mérito de un autor no depende tanto de hacer «buenas fotos». Porque, al fin y al cabo, ¿qué es una buena foto hoy en día? En realidad, no merece la pena meterse en semejante charco: si hay algo que nos enseña la historia de la fotografía es que cada etapa y cada cultura establecen sus particulares patrones de lo que consideran una foto «buena».

La fotografía, es verdad, casi siempre buscó cierta perfección: los detalles, el movimiento, la nitidez. Buscó igualar la visión humana en rango tonal, enfoque y discriminación lumínica. La tecnología llegó muy lejos, pero a quienes no se dedicaban a documentar sucesos o a retratar fenómenos físicos (personas del ámbito científico, admiradores del universo, biólogos, genetistas...) no les interesaba tanto lo lejos que había llegado la tecnología como lo lejos que podían expandir su propia percepción fotográfica del mundo. La idea de base no era suplantar el universo, sino ensancharlo. La realidad, por tanto, no era el objetivo; era tan solo el punto de partida.

De momento, el objetivo de la IA es crear imágenes de forma más eficiente, más rápida y más barata (a costa de no pagar derechos de autor, por supuesto). Crear antes y con menos esfuerzo retratos, paisajes y escenas similares a las que ya han fotografiado millones de personas a lo largo de dos siglos. Además, la IA es capaz de combinar todo ese archivo para generar imágenes fotográficas (a partir de material ajeno) con las que nosotros solo hemos soñado. Pero, claro, los humanos ya habíamos aprendido a plasmar nuestros sueños a través de la fotografía. Jerry Uelsmann ya hacía eso mismo a mediados del siglo pasado combinando diferentes negativos en blanco y negro gracias a la utilización de hasta catorce ampliadoras (*). La inspiración procedía directamente de sus propias visiones oníricas, tal y como ha reconocido en múltiples entrevistas. En muchas de ellas, por cierto, aparecía una cuestión inevitable: ¿no sería más sencillo y más rápido hacer lo mismo en digital? Y Jerry siempre daba la misma respuesta: lo importante es el proceso.

© Jerry Uelsmann

Uelsmann no estaba tan interesado en crear fotografías (que también) como en vivir un proceso único, personal e intransferible mientras creaba sus obras. Cada medio tiene sus procedimientos particulares (analógico, digital, IA...), y lo importante para muchas personas es cómo se experimenta ese proceso: la forma de generar ideas, el modo de convertirlas en imagen, las sensaciones que conlleva, el manejo de las expectativas, la consolidación de los recuerdos, la manera de integrar la frustración, etc. El límite de la IA es el límite de nuestros sueños, es decir, el de nuestras quimeras visuales. Y muchas de esas quimeras fotográficas ya existen. Lo corrobora toda la experimentación llevada a cabo desde el nacimiento de la fotografía.

Ahora que, nos guste o no, hemos de pasar de pantalla (aunque no utilicemos la IA para realizar nuestras fotografías), vamos a decidir qué relación queremos tener con estas nuevas herramientas. Habrá personas que tendrán necesariamente que utilizarlas; otras podrán decidir un uso menos continuo o más esporádico. Habrá quienes prefieran no meterlas en su cama. Da igual; aquí no hay malos ni buenos: hay maneras de entender la creación de imágenes, formas de definir qué es una fotografía y modos de aceptar los cambios y mantener una cierta coherencia personal. No lo olvidéis: lo importante es el proceso.    

La fotografía digital y los programas de retoque de imágenes nos enseñaron que se podían hacer las cosas en menos tiempo y sin salir de casa. Cambiaron algunos paradigmas, pero eso no acabó con la fotografía. Tampoco la televisión con la radio, ni el video con el cine, ni el libro electrónico con el de papel. La tecnología avanza a pesar de nuestros deseos, pero somos nosotros quienes debemos decidir cómo queremos integrarla en nuestra experiencia fotográfica. Lo más importante no es si creamos en medio de un bosque o en nuestra propia casa delante del ordenador: lo decisivo es decidir qué proceso conecta con lo que somos y deseamos hacer en cada momento de nuestras vidas.

Pongamos a la persona en el centro del proceso. La IA ha venido para quedarse. Los fotógrafos, de momento, también.


(*) En sucesivos pasos y con diferentes negativos, para generar un positivo único sobre una misma hoja de papel fotosensible.
En esta serie: Fotografía e Inteligencia Artificial (V)

Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

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