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Fotografía e Inteligencia Artificial y (VIII)

Vale; me rindo. Lo he intentado por todos los medios, pero ahora ya es imposible: me han intervenido en ambas caderas (prótesis de titanio en una y regeneración con células madre en la otra) y no podré caminar con cierta normalidad hasta al menos dentro de seis meses, sin contar con la rehabilitación posterior. Las causas no están claras, aunque podría venir del excesivo peso de mi equipo de fotos o de las interminables caminatas con él a cuestas. Vete a saber, son muchos años castigando el cuerpo. Ahora mismo salir con la cámara se ha vuelto una utopía que se diluye en un horizonte futuro de fecha incierta. Lo mismo pasan un par de años. Miro a mi equipo fotográfico como un perro mira a su dueño cuando quiere salir a la calle. Ahora entiendo el significado de la palabra resignación, y no me gusta.

Cuando estás enganchado a algo intentas buscar sustitutos; los vicios son fuertes y la mente se hace a ellos con una facilidad que da miedo. Podría salir a la calle con mis muletas y recorrer el barrio con una cámara pequeña al cuello. Sin embargo, todavía tengo demasiados dolores y no me apetece retratar a las gentes de mi entorno. Yo quiero estar en un bosque, en la montaña, a los pies de un acantilado. La jaula de mi piso se hace pequeña, claustrofóbica, angustiosa. La tele me aburre, la lectura me obliga a cambiar de postura cada cinco minutos. Enciendo el ordenador y le doy una orden precisa: quiero la foto de un glaciar penetrando en el agua salada y azul de un océano cualquiera. La primera imagen no está mal, pero se puede mejorar, seguro. Me regala variaciones de esa misma opción hasta que le pido un punto de vista cenital, una nieve más blanca, un mar algo más saturado. Esta es mucho mejor. Le digo que añada unas gaviotas, más grietas en la nieve, la cola de una ballena a lo lejos. Esto es una pasada, un sueño, una imagen sobresaliente.

© Creative Commons

Cuando me doy cuenta son las diez de la noche y aún no he cenado. Lo dejo con desgana y me hago una tortilla francesa con un poco de ensalada. Sueño con una lengua de lava volcánica fundiéndose en las aguas cristalinas de un lago y produciendo vapor que se eleva al cielo. Sé que puedo pedirlo y que la máquina puede dármelo. Tengo todo el tiempo del mundo. Entre idea e idea intento caminar con las muletas por el pasillo de casa; me han dicho que necesito mover las piernas sin cargar aún todo el peso del cuerpo. Obedezco a los médicos mientras fantaseo con mi próxima serie: la llamaré «Territorios oníricos». Hace alusión al sueño que parece real pero no lo es, a los lugares simulados que aparecen en las fotografías y a un proceso mental que busca en la imaginación de una persona para trasladar la fantasía al territorio algorítmico de una máquina. Ya he encontrado mi sustituto, mi metadona, mi tarrina de helado de chocolate belga con galletas oreo.

Contado así parece fácil, como cuando vemos un cuadro abstracto y decimos «yo también podría pintar eso». ¡Pero ojo!, hay que romperse la cabeza, experimentar con lo que uno obtiene, hay que cambiar la orden una y mil veces. Es muy raro lograr lo que se desea a la primera ocasión. También aquí se necesita paciencia. La máquina es solo una herramienta y hay que entrenarla y entrenarse uno mismo para acotar la estética, los colores, la perspectiva, los elementos representados o la definición. Aprendes sobre la marcha, como cuando sales con una cámara. Los procesos mentales cambian poco; solo la manera de relacionarnos con la vida. Y ahora mismo mi vida es una mierda de limitaciones, molestias y calmantes. Adoro las máquinas. 

© Fernando Puche

Los días pasan mientras voy dándole forma en mi cabeza a esta nueva serie y a alguna otra que lo mismo empiezo a materializar. El tiempo no es un problema; la imaginación tampoco. Me he pasado demasiados años yendo y viniendo a lugares extraordinarios, idílicos, espectaculares. Recuerdo lo que vi y lo que buscaba, igual que recuerdo lo que capté y lo que no conseguí. Ahora ya no tengo ese problema: puedo pedir el cielo, el infierno o ambos al mismo tiempo. Todo me será ofrecido.

La doctora me ha dicho que tengo que empezar a salir a la calle y caminar distancias más largas, aunque sea con muletas. Le hago caso a regañadientes porque sigo teniendo molestias y mis nuevas series avanzan a velocidad de crucero. Aprovecho que sale el sol y pruebo a dar la vuelta a la manzana. Como termino agotado me siento en un banco. Un jubilado se sienta a mi lado; lo que faltaba. «Otro que quiere contarme su vida», pienso. En realidad se pone a leer un periódico y cuando se cansa me comenta que no me había visto por el barrio. Le digo que paro poco en casa porque soy fotógrafo y viajo mucho. Él también viajaba mucho antes de jubilarse: era representante de una empresa de tejidos. Viajaba incluso al extranjero. Comentamos lugares que ambos conocemos. Me pregunta qué me ha pasado en las piernas y le cuento lo de la operación de cadera. Él se tuvo que operar ambas rodillas y dejó de viajar; le metieron en oficinas. Ahora camina y lee, juega al dominó con otros jubilados, va al cine algunos fines de semana. Parece una persona feliz, de esas que no le pide demasiado a la vida. Se despide porque le gusta cenar temprano. Me dice que si otro día coincidimos podemos seguir charlando. Nos damos la mano.

© Fernando Puche

Aún no ha anochecido, pero la temperatura comienza a descender. Con todo, el ambiente es agradable y una ligera brisa acaricia mi cara. «No se está mal aquí fuera», pienso, mientras veo a la gente pasar de camino a sus casas, sus rutinas o sus citas. Vete a saber. Todo esto es real, es decir, no está mediado por una máquina, por una pantalla, por un visor. El viento y la sombra, las voces y los pasos, los pájaros y las madres, las nubes y los coches, la luz de las farolas y los juegos de los niños. Todo me llega sin intermediarios. Directo, desnudo. No pretendo fotografiar nada de esto, pero es agradable sentir la realidad en tus poros, en tu rostro, en tus oídos.

Tengo ganas de continuar mis series, de refinar mis fantasías, de forzar al algoritmo. Y sin embargo, tengo miedo de separarme de la calle, de las personas, de las sensaciones. De vivir la fotografía solo a través de un programa informático. Aun así, soy consciente de que la máquina me da muchas cosas que no puedo lograr ni viajando lo que me queda de vida. Me da acceso a infinitas combinaciones visuales de un mismo motivo. Y todo ello sin salir de casa. Es tan cómodo, tan enorme, tan seductor, que la idea de dejar la cámara se pasea insolente por mi cabeza, así, sin miedo, desafiando todas mis certezas. Podría ir completando series semana tras semana, un mes después de otro, años tras año. El mundo estaría al otro lado de la pantalla. 

© Fernando Puche

Entonces pienso en el jubilado y en la charla que hemos tenido. En su cara arrugada, su sonrisa tímida, sus manos perezosas. La gente ha ido desapareciendo de las calles al tiempo que se iluminaban las ventanas de muchas casas. En ellas habrá personas de carne y hueso hablando entre ellas, saboreando comidas, percibiendo olores, tocando sus manos o escuchando sus deseos. La vida «normal» de nuestros cuerpos físicos. Elevo con dificultad mi tronco sobre las muletas porque he permanecido sentado demasiado tiempo. Mientras enfilo hacia al portal me pregunto si me apetecerá salir con la cámara cuando pueda caminar con normalidad. Si me habré enganchado al algoritmo y trabajaré con el mundo ajeno representado en las fotos de otros. Si dejaré la cámara de fotos para utilizar otra máquina que solo me pide que deje de retratar el mundo. Si cambiaré la vida física por su representación visual.

Quizá mañana baje de nuevo a charlar con mi nuevo vecino del barrio. Lo mismo le cuento lo que me sucedió con un león en Namibia. Seguro que le encanta. Ya veré.  

Un artículo de Fernando Puche


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En esta serie:
Fotografía e Inteligencia Artificial (VII)

Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

Comentarios

Andrés ha dicho que…
Mucho ánimo y ojalá tenga una rápida y buena recuperación que le permita seguir disfrutando de la fotografía en la calle. Aunque sea con un equipo más liviano. Desde este blog seguiremos disfrutando de sus imágenes, sea cuál sea el medio usado para obtenerlas, y de su prosa.
Fernando ha dicho que…
Buenas tardes Andrés. Gracias por tu comentario, gracias por tus ánimos y gracias por leer estos artículos. Al final, todos queremos realizar imágenes significativas con las que estemos satisfechos, aunque sea con IA. Así pues: ¡A seguir fotografiando!

Un saludo.

Fernando Puche

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