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Fotografía e Inteligencia Artificial (I). Un artículo de Fernando Puche

Un amigo fotógrafo me pide una foto y luego me manda un par de imágenes generadas por inteligencia artificial a partir de la mía. Aunque no es nuevo, los dos comentamos la precisión y fidelidad de estos sistemas para generar imágenes a partir de otras. «Es alucinante», coincidimos. Terminamos la conversación telefónica con un pensamiento en voz alta: a este paso no va a ser necesario salir a hacer fotos. ¿O sí?
Un artículo de Fernando Puche (1)

Quizá había quien pensaba que a nosotros no nos iba a tocar. Las máquinas haciendo música y luego las máquinas redactando textos. Y ahora las máquinas haciendo fotos, es decir, creando imágenes como las que nosotros hacemos. Joder, esto es el acabose. 

Bueno, es el acabose para aquellas personas que piensen que la fotografía va solamente de hacer fotos. En realidad hace mucho que las fotos las hacen las máquinas. Creo que desde el mismo momento en que se inventó la fotografía. Si la fotografía solo consistiese en hacer fotos, entonces la profesión de fotógrafo jamás hubiese existido: sería en todo caso un operador de cámara. ¿Hay alguna diferencia? Muchísimas; tantas como entre el proceso creativo de la persona que hace fotos y el de la inteligencia artificial (IA).

Fotografía original © Fernando Puche

Tanto la máquina como la persona necesitan una base desde la que poder crear. La primera tiene su memoria y la segunda un archivo de datos más o menos gigantesco. Ambas parten de lo mismo a la hora de crear una imagen: de lo que tienen almacenado en sus bases de datos. Una gran diferencia a la hora de mezclar esos datos tiene que ver con la velocidad: la máquina los cruza en milésimas de segundo y nosotros tardamos algo más. A veces mucho más. Sin embargo, la forma en cómo se adquieren esos «datos» es totalmente distinta. La máquina necesita que alguien la conecte a un archivo que le suministre miles o millones de imágenes, mientras que la persona adquiere su memoria en contacto directo con esas realidades: lo ve, lo siente, lo escucha, lo toca o lo huele. Y en cada una de estas acciones, su entramado emocional filtra aquello que merece la pena recordar. Un entramado emocional que cambia con el tiempo, la edad, el contexto y las vivencias. Recordamos una imagen porque tiene un cierto significado para nosotros. Y cada recuerdo, además, tiene su dosis adjunta de sentimiento. 

Por tanto, cuando alguien aprieta el disparador de su cámara, no está solamente haciendo una foto, está decidiendo qué parte de lo que ve coincide con su mundo interior en función de lo que ha vivido hasta ese momento. La máquina solo sigue a un algoritmo externo que le dice qué patrones visuales son mejores para cada situación. Su proceso carece de sentimientos. 

Prueba A, a partir del original, con IA © Fernando Puche

Soy consciente de que cualquier aplicación de inteligencia artificial podrá crear mejores imágenes de que las que he hecho en toda mi vida. Es fácil: le dices que genere un paisaje bucólico con tonos cálidos en una playa y te devolverá en unos segundos imágenes más espectaculares y con mejores luces de las que yo he sido capaz de hacer. La fotografía, sin embargo, es otra cosa. Cuando hace años buscaba paisajes marinos en las costas del Pacífico estaba siguiendo una autopista visual guiado por mis héroes de la fotografía paisajística, un camino psicológico relacionado con mi necesidad de reconocimiento, una senda emotiva ceñida a mis sentimientos más profundos, un trayecto instrumental empujado por el deseo de mejorar técnicamente y una corriente social marcada por mis ansias de encajar en un grupo determinado. Mis fotos, aunque nadie lo vea, son fruto de todos esos caminos que han marcado la persona que soy ahora y que he sido en cada momento de mi carrera. 

Si solo hubiera querido hacer fotos nunca me habría dedicado a esto, y mucho menos durante casi cuarenta años. Hacer fotos siempre fue un medio, nunca un fin. Encajar, desear, sorprender, disfrutar, madurar, crecer… La fotografía es todo esto y más, y crear imágenes es solo una parte de todo el proceso. La fotografía implica paciencia, frustración, gozo, autoconocimiento, éxtasis, cabreo, desesperación, alegría, esfuerzo… La lista es interminable. Hacer fotos es entrar en una vía que enlaza la memoria, los sentimientos, las expectativas, el esfuerzo, la voluntad y el análisis. Si solo hacemos fotos para crear imágenes, entonces el proceso es muy pobre. Sería como el de una máquina, y no hay peor cosa que hacer fotos como una máquina. No podemos rivalizar con ellas en productividad y rapidez, siempre serán mejores.

Prueba B, a partir del original, con IA © Fernando Puche

Precisamente porque somos seres simbólicos, las fotografías que creamos responden a patrones psicológicos y sociales según el carácter, la familia, los miedos, las circunstancias, lo aprendido y lo deseado. No son solo imágenes extraídas de la realidad, son proyecciones de lo que somos en lo que vemos. De hecho, cuando compro una foto ajena no busco solo una estética determinada, busco algo que conecte con mi alma. Lo mismo que hago cuando miro a través del visor de mi cámara. Hacer fotos es expresarse a través de imágenes y no hay máquina capaz de crear una imagen a partir de lo que yo siento. Podrá copiar las mías, seguro, y mejorarlas, claro que sí, pero difícil que tome decisiones según mis parámetros vitales, emotivos y mentales. Lo gordo siempre está en el interior.


Me alegro de que las máquinas puedan crear imágenes mucho mejores que las mías. Es lógico. Lo que no pueden recrear es el sentimiento del que yo disfruto cada vez que hago una foto que me gusta. Para mí hacer fotos es perseguir esa misma sensación una y otra vez. Hasta el día en que deje de sentirlo. Creo que en eso las máquinas no son rivales. No sé si la IA modificará el panorama fotográfico, que seguro; no sé si la IA eliminará puestos de trabajo relacionados con la creación de imágenes, que seguro; no sé si la IA modificará nuestros gustos sobre la estética de las fotografías, que seguro. Lo que es cierto es que no va quitarme las ganas de hacer fotos, porque esto no depende de las máquinas.

En esta serie: Fotografía e Inteligencia Artificial II

(1) Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

Comentarios

Juan Carlos Giménez ha dicho que…
Hola, señor Sama.

Este artículo, expuesto de forma tan "pacífica" y "elegante" por el señor Puche, viene a corroborar lo que de forma más cruda pensamos algunos desde hace años: la muerte de la fotografía. Sí, por mucho que les pese a los incondicionales de la "revolución" tecnológica. Asistimos desde hace mucho tiempo a un "overbooking" de imágenes que poco (o nada) tiene que ver con las reflexiones mostradas por el señor Puche y sí con la apropiación gráfica de los sistemas multimedia, que representan y descaradamente confirman el verdadero significado del fotógrafo y su oficio: CERO, llámese NADA. La IA es la más directa demostración de esa muerte anunciada (hace ya tanto) del oficio que nos ocupa.

Reciba un cordial saludo. Atentamente:

Juan Carlos Giménez

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