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Fotografía e Inteligencia Artificial (VII)

Una de las funciones de la fotografía tiene que ver con definir nuestra relación con lo que vemos. Tiene más funciones, por supuesto, pero esta se ha convertido en algo fundamental en esta época visual, narcisista y, como diría Guy Debord, espectacular. 

Nos relacionamos de diferente manera con lo que tenemos delante en función de si lo podemos fotografiar o no. Incluso es distinta si lo podemos fotografiar muchas veces o unas pocas. Básicamente, miramos distinto. Los más veteranos conocemos la diferencia, porque la hemos vivido, entre tener treinta y seis oportunidades (o veinticuatro) y que sean ilimitadas. Cambia bastante la forma de mirar algo cuando tenemos todo el tiempo del mundo respecto a verlo con prisas, de pasada, viajando en coche, etc. Lo mismo sucede con la cantidad de fotos que podemos hacer de algo: modifica nuestra relación con eso mismo, y no solo visualmente.

El ser humano lo ha vivido en primera persona con los avances tecnológicos. Primero las cámaras de estudio, luego las portátiles, los aparatos de bolsillo, la tecnología digital, los móviles y ahora la IA. Ha cambiado nuestra manera de hacer fotos, pero sobre todo lo ha hecho nuestra forma de relacionarnos con aquello que deseamos captar. Si ya fue un gran cambio la modificación de la experiencia de lo captado (de realidad visible pasó a realidad «fotografiable»), luego apareció la reproductibilidad mecánica, para más adelante enfrentarnos a una cuestión que no tiene que ver con el aura, sino sobre todo con cómo percibimos las imágenes y, con ellas, lo fotografiado. El descubrimiento se tornó imitación, al tiempo que la experiencia se tornó mirada: el mundo estaba ahí para ser retratado. 

Para las personas poseedoras de una cámara de fotos (o de un móvil), la cuestión tenía mucho que ver con transformar ciertas realidades en imágenes y, posteriormente, mostrárselas a los demás. Pero antes de esto último había que estar delante de lo fotografiado. Verlo con nuestros propios ojos, aunque más tarde se modificase la imagen, recortando o añadiendo algo (fuese de naturaleza visual o narrativa). 

© Fernando Puche

El caso es que aquí no estamos hablando de la verdad (sea lo que signifique esta palabra en el ámbito fotográfico), sino de la experiencia que tenemos al fotografiar algo. La vivencia de estar frente a ello, mirarlo y convertirlo en imagen. Una experiencia física, visual y hasta cierto punto orgánica, pues implica a todo nuestro cuerpo. La Inteligencia Artificial culmina de alguna forma ese recorrido que ya inició la tecnología digital: la no obligatoriedad del objeto para crear una fotografía de él. Y, por tanto, la presencia humana se vuelve innecesaria a la hora de crear imágenes (en base a todo lo que ya se ha creado). Se suprime la experiencia que supone estar delante de algo o alguien. El mundo ya ha sido suficientemente fotografiado y la IA nos ahorra ese trámite.  

Ahora que, en muchas ocasiones, experimentamos al mundo a través de pantallas, quizá la pregunta no sería qué fotografías podrá generar la IA (que terminará creando imágenes similares o idénticas a las que podamos hacer ahí fuera), sino cómo queremos experimentar el mundo. Porque en esta pregunta radica el uso que le demos a las nuevas tecnologías. 

La fotografía siempre ha sido un filtro entre lo que vemos y nosotros. Una barrera, un atril, una atalaya. Una distancia y una perspectiva. Cada persona decidía, o no, esa distancia y esa perspectiva, es decir, hasta qué punto involucrábamos al cuerpo o al resto de sentidos en ese proceso y durante cuánto tiempo. 

Ahora esto ya no es necesario y, como todo en esta vida, tiene consecuencias relacionadas con cómo abordamos el hecho fotográfico desde nuestra nueva relación con lo fotografiado. Y qué significarán, otra vez, las imágenes si ya no es necesario relacionarnos físicamente con lo que nos rodea. Puede que en el futuro alguien tenga que escribir, retomando el testigo de Walter Benjamin, un libro titulado «Crear fotografías en la época de la innecesariedad de la experiencia humana».

O no.

Fernando Puche


En esta serie:
Fotografía e Inteligencia Artificial (VII)

Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

 

Comentarios

JCS ha dicho que…
Sr Puche,
Interesante artículo pero no entiendo su conclusión.
Relacionarnos físicamente con lo que nos rodea sigue siendo necesario e imprescindible.
Que yo sepa la parafernalia tecnológica aún no ha sido capaz de suplantar o imitar la experiencia sensorial (vista, oido, olfato, tacto) sentandonos en una silla y enchufados a sensores o aparatejos similares en el salón de casa, sigue siendo necesario salir ahí fuera porque como decía la serie X FILES "The truth is out there".
El desafío de la IA para mi será saber discriminar entre una imagen del mundo real y una creada 100% por un algoritmo cibernético.
El sesgo o la manipulación siempre existió depende del sujeto que fotografía y de la edición posterior de la imagen sea con medios analógicos o digitales.
Ayer mismo salí con una cámara cargada con "36 balas" y pude hacer algunas fotos de objetos o cosas que existen -por lo menos mis ojos dan fe de su existencia- y por ahora hay que salir al mundo exterior para percibirlas, fotografiarlas y luego mostrarlas, si me hubiera quedado en mi casa con chat gpt ni me habría enterado.
Aquí insertaría algún pensamiento de Arthur Schopenhauer pero creo que resultaría pedante.
Ante la evolución tecnológica siempre surgen pensamientos apocalípticos porque el mundo cambia y nos da miedo, pero yo seguiré saliendo con mis cámaras y fotografiando aunque no pueda mostrarle las fotos a nadie.
Para mi es necesario.
Un saludo.
JCS
Fernando ha dicho que…
Hola JCS, gracias por tu comentario.
Sí, también para mí es necesario, pero la IA permite crear fotografías (o fabricar, o generar, como se desee) sin necesidad de salir a la calle, de interactuar con el mundo ni de tener un contacto físico con la realidad fotografiada. Imaginemos a una persona que decide crear fotografías de las cataratas del Niágara con ayuda de la IA. No necesita ir allí. Solo debe introducir en el programa la instrucción necesaria (el prompt) y probar hasta que obtenga la imagen deseada o una que se acerque. Hay ya muchas personas haciendo esto. No sé si es bueno o malo; solo quería escribir sobre cómo esta nueva realidad modificará nuestra relación con los objetos (o cosas, o personas, o situaciones) que aparezcan en nuestras fotografías generadas a través de un algoritmo.

Mientras tanto, aprovechemos para “saborear” el mundo de todas las formas posibles. No dejemos que se atrofien nuestros sentidos.

Un saludo.

Fernando Puche

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