Hablar de sentir es hacerlo de una de las principales tareas que acompañan a todo ser humano. Comer, beber, soñar, reproducirse. Sentir es también un fragmento indisoluble de la vida. Todos sentimos, y todos sentimos diferente. Es lo que más me alucina de este verbo, que es universal y es particular. Nadie siente del mismo modo la felicidad, el amor, la envidia, los celos, la ira. Puede que parecido, nunca igual. Y además los sentimientos cambian, a veces mucho, a través del contexto y las distintas experiencias. Creo que este es uno de los principales verbos para una persona que hace fotos. Fotografiar no vale nada sin ver, y ver apenas sirve sin sentir (al menos para un aspirante a fotógrafo).
La materia prima de la fotografía está dentro de nosotros. Se habla de la luz que desprenden los objetos e impresiona el material sensible (sea papel o sensor). Se habla del mundo que aparece retratado en las fotos que realizamos. Tengo serias dudas de ambas cosas. La materia prima de la fotografía está en lo que nos conmueve o nos impresiona. Si no sentimos necesidad de atrapar cierta visión, de expresarnos a través de ella ni de materializar esa experiencia, nunca llegaremos a ser fotógrafos. Es así de sencillo. Fotografiar es sentir algo especial por ciertas cosas y sentir la necesidad de transformarlo en algo más o menos duradero a través de una imagen. Es casi imposible hacer una foto significativa de algo que no nos despierta sentimiento alguno. Si no tengo aprecio por cierta realidad, ya no es que evite fotografiarla; es que apenas la miro. Si decides captar algo es porque, en general, existe un sentimiento asociado. Cada persona, una vida; cada vida, unas circunstancias; cada circunstancia, unas emociones; cada emoción, una mirada, y cada mirada, una forma de ver las cosas.
El psicólogo Paul Ekman afirma que las emociones cambian la forma en que vemos el mundo y cómo interpretamos las acciones de los demás. Por eso son decisivas para cualquier autor, porque están detrás de cómo percibe lo que experimenta. En fotografía se habla mucho de la mirada, de la visión, de las apariencias. En definitiva, se habla mucho de los ojos y de su función, por otra parte fundamental, en el desarrollo de cualquier actividad relacionada con la captación de imágenes. Se habla mucho menos de lo que sentimos los días grises, tristes, apagados, melancólicos. O los días plácidos, brillantes, hermosos. Porque hay días y días, como hay personas y personas. A mí la lluvia me deprime y me quita las ganas de hacer fotos. Galen Rowell afirmaba que, a diferencia de él, su equipo jamás tenía un mal día. Funcionaba igual si lucía el sol o bramaba la tormenta. Funcionaba de la misma forma mecánica tanto si la vida parecía maravillosa o desprendía olor a inmundicia. Igual si delante había un arco iris sobre el horizonte o un bosque calcinado por las llamas. Sentir es ver el mundo como nadie más puede verlo, y ese sentimiento hace que miremos unas cosas en favor de otras.
A mí me vuelve loco la forma de las ramas de los árboles cuando están sin hojas. Los diseños que crean, su similitud con las propias raíces, el convencimiento de que se comunican entre ellas, sus siluetas recortadas contra el cielo, la orientación según el tipo de árbol, su flexibilidad, su fuerza. Las he fotografiado de todas las formas posibles; al menos las que yo conozco. A contraluz, con nieve, reflejadas en el agua, bañadas por la luz de la luna llena, con hojas, sin ellas, superpuestas en el mismo fotograma… Me encanta fotografiar árboles, ramas y hojas. Lo llevo haciendo un montón de años y todavía disfruto con ello. Noto algo especial y me siento eufórico cada vez que logro una imagen que me gusta.
Hay personas que no pueden dejar de retratar a otras personas. A veces solo la cara o las manos. Hay otras que están todo el día en la calle intentando pillar algún gesto desprevenido, una acción sorprendente. Hay quienes desean mostrar lo que sucede en sitios concretos, pues les parece fundamental captar una situación que apenas unos pocos pueden experimentar. Hay gente que fotografía maquetas, escaparates, mascotas, aeropuertos vacíos, actuaciones musicales, animales salvajes, campos de refugiados. Eso es lo que les mueve. Y les mueve porque sienten algo en su interior que no sienten igual con otros objetos o vivencias.
Las ocasiones en que alguien me ha preguntado qué fotografiar, siempre pensé que se hacía la pregunta equivocada, pero evité atormentarle con un sermón. Preferí responder con otra cuestión: ¿Qué sientes al mirar? ¿Qué sientes cuando posas la mirada en lo que te rodea, en aquello que tienes a tu alcance, en lo que ves todos los días? La pregunta, pues, no sería qué debo buscar con la cámara, sino qué me apetece fotografiar. Hay demasiados estímulos rodeándonos, cierto, y se hace necesario seleccionar. Y lo mejor, pienso yo, es pensar en esas realidades que transmiten las sensaciones más potentes. Las que nos movilizan, sorprenden, emocionan, conmueven. Las que apenas podemos dejar de mirar, de sentir, de recordar. Cosas cotidianas, banales, rutinarias. Da igual; de eso se trata, de encontrar lo trascendente en lo familiar. Por eso son tan decisivas las emociones.
© Fernando Puche |
Decíamos que la materia prima de las fotos que haces está en tu interior. Concretamente, en tus gustos e inclinaciones, que tienen mucho que ver con los sentimientos. Por eso creo que no se trata de buscar cosas, de perseguir «algo» para fotografiar. Hay que sentir, y en función de esas sensaciones los motivos a fotografiar irán surgiendo de forma natural, casi sin que te des cuenta. En cierto modo, las emociones dirigen los focos de atención y estos constituyen la cantera de donde saldrán las imágenes. ¡Ojo!, ni buenas, ni malas ni excepcionales. Tan solo digo imágenes, fotografías, instantáneas. Ahora no se trata de crear obras maestras; se trata de ser fotógrafo, de vivir la fotografía, de sentir que nos estamos jugando algo decisivo. Tan decisivo como crear algo en lo que creemos profundamente.
Al divisar el océano, cada persona ve uno diferente. Todos podemos ver el color del agua, las olas formándose unas tras otras, el reguero de espuma que dejan, sus rastros en la arena mientras se retiran, la línea que separa el cielo del mar. Y todos lo sentimos de manera distinta. Para mí lo primordial no es ver, sino sentir. Según percibamos el color del mar, según sintamos el romper de las olas, según interioricemos esa línea horizontal, según los recuerdos que generen los diseños en la arena, así nos decantaremos por captar una cosa u otra, y así decidiremos retratarlo de una manera determinada. Se repite muy a menudo que el fotógrafo ha de mirar y sobre todo ver (y es verdad); quizá se repita con mucha menos frecuencia que hemos de mirar sobre todo dentro de nosotros. Por eso ver no es suficiente: hay que sentirlo. El fotoperiodista británico Don McCullin decía que «si no puedes sentir lo que estás mirando, nunca lograrás que otros sientan nada cuando vean tus imágenes». Vale; quizá fuese un tanto exagerado, pero ¿acaso deseamos que los demás pasen de largo ante nuestras obras? ¿No, verdad? Pues eso. Les pedimos que miren lo que les mostramos; que permanezcan delante de las fotos un poco de tiempo, tampoco demasiado; que recorran la imagen y se entreguen a ella, lo justo; que vean lo que vimos, o mejor, lo que seleccionamos para ellos. Pero en verdad les pedimos que sientan algo: algo que, a ser posible, esté lejos de la indiferencia.
Don MacCullin (1964) Creative Commons |
Cuando algo te produce una emoción muy fuerte, en un sentido positivo, lo normal es que quieras volver a sentirlo. Quieres acercarte, oler, tocar, saborear de nuevo, mirar de forma insistente. A los fotógrafos nos pasa lo mismo. Si algo nos seduce intentamos acercarnos, mirarlo con profundidad y componer una imagen que recuerde esa sensación tan potente que tuvimos. Para un fotógrafo lograr una imagen que refleje lo que vivió es fundamental. Lo sé; yo mismo lo experimento así. Las emociones son básicas para mí porque mueven el mundo (sobre todo el mío). Dicen que lo mueve el dinero, pero a mí me parece que es erróneo. Lo que he leído sobre el aspecto emocional del ser humano me ha hecho comulgar con las tesis de muchos investigadores a través de sus planteamientos y sus conclusiones. Lo explican de una forma en la que todo encaja: los gustos, las fobias, los deseos. También es cierto que para mí las emociones han ido cobrando cada vez más peso en mi carrera fotográfica y me he vuelto consciente de cómo me influyen a la hora de mirar y captar ciertas situaciones. Por eso soy presa natural de esas teorías que afirman que los sentimientos guían nuestras acciones. Yo lo aprecio así; será una cuestión de fe.
El caso es que he terminado comprobando su trascendencia en mis propias carnes, pues lo que siento mientras hago fotos es más valioso que la imagen misma. Desconozco si es igual para el resto de los mortales, pero de ningún modo cambiaría los sentimientos que tuve por las fotos que hice. Si me diesen a escoger entre la fotografía final o el sentimiento, me temo que elegiría este último. Sé que son inseparables, y aun así le doy absoluta prioridad a las emociones. A mí me encanta hacer fotos y las guardo como si fuesen monedas de oro. Sin embargo, una fotografía es algo físico y un objeto tiene para mí un rango inferior al de una vivencia, un estímulo o una sensación. Cada vez que vuelvo a ver algunas de mis obras se me ilumina la cara porque recuerdo lo que me llevó a realizarlas y el momento en que las hice. Nada es comparable a la búsqueda de ese instante, a estar allí delante y sentir el viento en la cara y el frío en los huesos. Nada puede compararse con quedarte parado mirando al horizonte y decidir que ahí está el sitio exacto, que únicamente ese mismo es el mejor emplazamiento para captar algo que te emociona. Hay imágenes que te permiten evocar esos momentos, pero no hay foto que pueda igualarlos. Vivir esa experiencia es otra cosa y es algo único. Por eso, si tuviese que deshacerme de algo, no lo dudaría ni un segundo y tiraría a la basura, con una pena infinita, todas mis fotografías. Porque ninguna de ellas puede igualar las sensaciones que viví mientras las buscaba, las componía y las materializaba. Si me quitasen esos sentimientos, entonces las fotos servirían de muy poco, apenas nada. Ni todas las placas realizadas en los últimos veinte años pueden compensar lo que sentí mientras recorría, pedaleando con mi equipo fotográfico a cuestas, las Montañas Rocosas de Canadá de norte a sur. Ninguna imagen puede igualar la emoción de ver iluminarse el Himalaya desde una cabaña a cinco mil metros de altura. No hay una sola foto que me haga sentir lo que viví a lo largo de un mes de octubre hace mucho tiempo recorriendo el Pirineo aragonés de hayedo en hayedo, de ibón en ibón, de valle en valle. La fotografía ha de ser ante todo una experiencia. Por eso la historia de mi obra es la historia de los sentimientos que he vivido mientras me iba convirtiendo en el fotógrafo que soy ahora.
© Fernando Puche |
Por eso son tan significativas las emociones y desempeñan un papel relevante en todo proceso creativo. Además, dicen que los recuerdos que mejor se afianzan son aquellos que van acompañados de fuertes emociones. No tienen por qué ser siempre buenas, también pueden ser desagradables; la ciencia habla sobre todo de la fuerza de la emoción que acompaña a cada estímulo. El caso es que uno no se sienta y empieza a pensar qué fotografiará en el futuro. Los creadores, en general, no se ponen delante de la pantalla, del folio en blanco, del taco de arcilla o de un instrumento musical cualquiera con la mente en blanco y piensan con frialdad en lo que van a crear. Rara vez funciona así. Uno siente algo dentro, un chispazo, una conmoción, y sale corriendo –si puede en ese instante– a buscar eso que le pide el cuerpo. Lo mismo para escribir, modelar o interpretar música. ¿Crees que Sarah Moon se puso a realizar fotos de moda porque se aburría? Ella había sido modelo, todas sus compañeras eran mujeres y todos los que las retrataban eran hombres. Sintió que todas esas fotos en las que aparecía eran iguales y no se sentía representada en ellas. Sintió que eran utilitarias, superficiales, sexistas. Sintió que eran clichés. Y como todo cliché eran artificiales, incompletas, aburridas. Y si no tuvo estas sensaciones, sentiría algo parecido que le empujó a realizar sus propias fotos de moda donde la modelo pudiese verse representada como mujer, como persona.
A mí me pasa. Me es imposible fotografiar una realidad por la que no siento nada. Me faltan razones para retratarla, me fallan las fuerzas, mi vista la rehúye. Fotografío aquello que me toca, aquello en lo que estoy inmerso, física o mentalmente. Fotografío porque me siento más vivo. Hace poco leí una entrevista donde la escritora portuguesa Ana Luísa Amaral afirmaba que «si no hay pasión, la vida no vale la pena». La fotografía, me parece a mí, tampoco.
Entrevista de Tereixa Constenla para El País, publicada el sábado 18 de septiembre de 2021, pág. 4 del suplemento Babelia.
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Fernando Puche lleva cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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