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La Fotografía antes de la IA: «Captar» (VI)

Captar lo que gusta o parece más interesante sería la meta de cualquier fotógrafo. Y para ello uno ha de enfocar su atención sobre lo que entendemos que podría dar lugar a una imagen trascendente. Sería como una cierta necesidad de plasmar esa «visión» que hemos tenido y que deseamos trasladar a un soporte físico. Pero con una salvedad que es bueno conocer: los límites de lo que podemos percibir son los límites de nuestro particular universo; por eso una persona no fotografía el mundo: fotografía «su mundo». 

Con el hecho de tener una visión me estoy refiriendo a la acción de elegir un trozo de realidad e imaginar cómo quedaría convertida en fotografía (sin olor, sonido o textura). Al hacer una foto de algo relevante entendemos que eso que vemos se trasladará al papel (o a la pantalla) de tal manera que «producirá» una buena fotografía. Decidir qué es una buena fotografía es un debate que lleva años y nunca termina de resolverse del todo. Los criterios varían en función de cada época y contexto. La escala de valores con que se identifica una cultura determinada influye, y mucho, en cómo se perciben las cosas y si se consideran buenas o malas, bonitas o feas, significativas o triviales, fructíferas o ruinosas. Por tanto, lo que se considera «fotografiable» para una sociedad o una persona es algo subjetivo y cambiante. Cada uno está inmerso en una comunidad y en una familia, y éstas poseen unos modos determinados de ver la vida. Somos fruto de esos modos y captamos las cosas que entendemos que son destacables. Lo fundamental es que sintamos cierta necesidad básica para que las fotos que hagamos muestren los propios valores y esa forma de mirar que nos acompaña siempre. Que reflejen lo que somos.

Por eso no hay luces malas o buenas, ni horas mágicas ni lugares superiores o inferiores. Hay instantes que nos llenan, estados de ánimo que nos hacen ver lo extraordinario y sitios que nos enamoran. Vivir la fotografía es aprovechar esos momentos para fluir con el entorno. Captar imágenes no va de cosas mejores o peores, sino de sentir de maneras concretas lo que nos afecta. Eso hace que dos personas capten realidades muy diferentes durante una misma jornada en un mismo lugar.  

Igual que en literatura se pone énfasis en que lo decisivo no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta, en fotografía sucede igual. No importa tanto la realidad que muestra la imagen, sino cómo la hemos captado. Todos podemos ver cosas parecidas y todas pueden fotografiarse de mil maneras distintas. No debemos obsesionarnos con captar objetos o sujetos únicos; desde que apareció la fotografía en el siglo XIX se ha retratado casi todo lo que era posible retratar. De las innumerables formas que existen de captar algo debemos elegir la que nos parezca más adecuada para lo que deseamos conseguir. Esto hará que la imagen sea nuestra. A estas alturas, el verdadero reto de un fotógrafo no consiste en producir muchas fotos o captar cosas extrañas que nadie haya visto. El verdadero reto es fotografiar algo, sea cual sea su nombre, como solo tú puedes hacer. Ya te advierto que no es nada fácil.

Annie Leibovitz (*)

No te desanimes si descubres que otros ya han fotografiado eso mismo que tú deseas captar. Es lógico. Imagina que dejásemos de retratar a personajes famosos porque sería difícil superar a Annie Leibovitz. Que ya no pudiésemos captar el mar en calma porque ya lo hizo de manera magistral Hiroshi Sugimoto. O Incluso que se nos negara la posibilidad de fotografiar librerías desiertas pues ya lo ha hecho Candida Höfer con resultados admirables. Sería absurdo, ¿verdad? La historia nos demuestra que antes que ellos ya hubo otros autores que fotografiaron esas mismas realidades. Jamás dejes de fotografiar algo que te interesa simplemente porque lo haya hecho alguien, sea famoso o desconocido. Lo que hagas debe depender de ti, no de los demás, de que tú quieras transformar en imagen eso mismo, aunque ya lo haya hecho otra persona. No debes darle importancia a si ha sido fotografiado antes, sino más bien a dónde puedes encontrar lo que buscas y cómo deseas captarlo. Ese es tu desafío. 

Incluso si pretendes fotografiar algo que ya se ha hecho antes tal y como lo hizo una persona concreta, no desistas. Ser original no debería ser una meta, sino algo que a veces sucede con el paso del tiempo. Yo me pasé años acudiendo a los lugares que visitaban mis fotógrafos de referencia para buscar aquello que ellos fotografiaron. Al principio no deseaba hacer algo distinto; qué va, quería sacar la misma foto que ellos. Y no fue sencillo. Alguna vez me aproximé, otras muchas no. ¿Y sabes qué? Que jamás me arrepentí de haberlo hecho. Fueron años emocionantes persiguiendo las fotos de otros. Gracias a eso aprendí muchas cosas, consolidé aspectos técnicos, fortalecí mi confianza y empecé a construir mi propia senda. De la nada solo surge la nada; así que imitar es algo necesario, aunque haya quien lo niegue. Músicos, novelistas y pintores aprenden imitando. Los fotógrafos no somos una excepción. Con el tiempo dejarás de fotografiar el mundo de otros y empezarás a fotografiar el tuyo propio, es decir, las cosas que tengan que ver con tu sentir, con lo que te rodea, con lo que te emociona y seduce. 

(*)

Henri Cartier-Bresson (arriba) hizo famosa la expresión «momento decisivo» en alusión a su manera de fotografiar. Daba la sensación de haber captado cosas que apenas ocurrían una sola vez y únicamente delante de sus narices. Realidades que parecían suceder exclusivamente para sus ojos. Viendo su obra uno tiene la sensación de que el autor francés poseía el don de la ubicuidad, de estar en el sitio correcto en el momento justo. El paso de los años y, sobre todo, la revisión de los miles de negativos que hicieron muchos de los maestros de la fotografía durante el siglo XX dan a entender que esa noción de momento decisivo es, cuanto menos, engañosa. Que estar en el lugar adecuado en el instante crucial es una cuestión de esfuerzo, de entrenamiento, de experiencia. También de intuición, pero a la intuición le pasa lo mismo que a la creatividad: hay que trabajarla. No es bueno obsesionarse con el momento decisivo (creo incluso que deberíamos desterrar la expresión del vocabulario, al menos los primeros años); cada segundo puede ser trascendente, y esto depende de la mirada, de cómo examinemos lo que sucede alrededor, del modo en que interactuemos con la realidad. Por eso se hace tanto hincapié en cómo captar las cosas.      

En fotografía siempre se ha hablado mucho del estilo, que no es sino el modo en que alguien decide fotografiar algo. En el último medio siglo se han escrito un gran número de libros para ayudar a los autores a descubrir esa visión particular que se supone hemos de lograr. Parece como si el destino de todo aspirante a fotógrafo se redujese a encontrar una expresión propia, un lenguaje personal, una mirada íntima. Como si todo lo que hiciésemos o fotografiáramos no fuera personal. Como si todos los sentimientos que experimentamos no fuesen especiales. Hablando de literatura, el novelista estadounidense James Salter llegó a afirmar que «el estilo es el escritor en su totalidad». (1) También hablaba de cierta manera de mirar las cosas y un modo de expresarlas; hablaba de la repercusión de los prejuicios y del posicionamiento moral. El estilo, podríamos decir, somos nosotros. Eres tú. Tomando como base las palabras de Salter, hace años escribí que antes de comenzar algo, sea foto, pintura o canción, está la historia personal, la forma de relacionarnos con el mundo, las preguntas que lanzamos y las respuestas que obtenemos. Que todo eso ya está en nuestra cabeza antes incluso de comprar la primera máquina fotográfica, el primer lienzo, la primera guitarra. Y que todo eso también constituye el estilo.

James Salter (*)

Por supuesto, puedes intentar con todas tus energías encontrar un lenguaje propio. Mi experiencia me ha convencido de que perseguirlo sirve de poco. Esto es una apreciación personal, faltaría más, y no surgió tras una noche de insomnio o una inspiración repentina. Es algo que he ido madurando a través de la experiencia. Si el estilo soy yo, ¿tiene sentido perseguir algo que está dentro de mí? Creo que nada. Sería mejor dedicar el tiempo a conocernos y así entender el porqué de las fotos que hacemos. Pero si alguien no desea gastar tiempo en estas cosas, vale también; lo esencial es fotografiar lo que uno desea. Recuerda: da igual lo que piensen los demás; lo fundamental es que captemos algo de forma que al hacerlo podamos decir que esa es la foto que deseábamos hacer. Esa misma, ninguna otra. Da lo mismo si existen mejores maneras de captarlo (esto es subjetivo); importa que sea el modo en que sintamos que debemos hacerlo. Sé honesto con lo que eres y respetuoso con lo que sientes.

La fotografía no trata de lo que tú viste o de lo que muestran tus imágenes. Quizá para un concurso sea relevante. La fotografía trata de cómo percibes una experiencia concreta y la manera en que transformas esa vivencia en imagen. No necesitas copiar a los demás (aunque todos lo hacemos); no necesitas vivir la vida de otros (pero puedes intentarlo); no has de mirar a través de ojos ajenos (los tuyos son suficientes) ni sentir lo que sienten otras personas (tus sentimientos son únicos). Tus modos de vivir, mirar, sentir y pensar son válidos para vivir la fotografía. A menudo, en cada periodo de nuestras vidas somos personas diferentes y en cada una de esas etapas pensamos, sentimos y miramos de forma diversa. Hallar un estilo –si alguien se empeña en ello– sería como encontrar para los distintos momentos una manera de captar las cosas que refleje cómo sentimos e interpretamos esas mismas realidades. Conectar con lo que vemos en función de lo que somos, que es algo que ya hacemos de forma instintiva. 

Además, obsesionarnos con un lenguaje propio es peligroso. Podemos correr mucho buscando una manera concreta de retratar la realidad y desatender lo que llevamos dentro. No todos los fotógrafos tienen una visión única; tienen «su visión», es decir, una forma de fotografiar que casi siempre le debe mucho a sus referentes, a su memoria y a sus ideas sobre la fotografía y la existencia. Heredamos demasiadas cosas del entorno y es inevitable que muchas de ellas se cuelen en las fotos que hacemos. El estilo es la manera que tenemos de acoplar todas esas herencias en cada fotografía. En mi caso, me pasé mucho tiempo retratando la Naturaleza de la misma forma: espectacularidad, contraste, fuerza visual, detalle. Podía haber seguido así foto tras foto y pensar que esa era mi expresión personal porque me encantaba lo que hacía y disfrutaba mucho con ello. Pero pasaron los años y cambiaron las cosas. Mis sentimientos, mis referentes, mis gustos, mis esperanzas. Y entonces cambiaron las obras que realizaba. ¿Cuál es mi lenguaje? Ni idea. Todavía dudo de que tenga uno. Solo hay una cosa que ha permanecido inalterable a lo largo de casi cuatro décadas: mi pasión por el mundo natural. Todo lo demás ha ido modificándose según variaban mis circunstancias. Ahora capto las cosas en función de lo que siento (este debe ser mi estilo), que si lo pienso bien es lo mismo que hacía en mis primeros años. Al final te pasas la vida aprendiendo y olvidando. 

El estilo somos nosotros. Y, poco o mucho, todos cambiamos con el tiempo. Fotografiar de la misma manera todo el tiempo no es ni mejor ni peor. Las fotografías que hacemos revelan nuestros sentimientos, la forma de mirar, los gustos y las manías. Si existe una manera de fotografiar que de verdad sea propia, ya aparecerá. Se descubrirá ella sola; es innecesario ir a buscarla porque está dentro de ti. Se trata más bien de ir quitando las capas que esconden tu yo. Cada etapa de la existencia se corresponde con una máscara o varias, y son ellas las que van apareciendo en tus fotos. No tengas prisa; capta lo que sientas en ese instante y asegúrate de que tus fotos se corresponden con lo que eres. Las veces en que voy a una exposición no busco tanto un lenguaje exclusivo como conectar con las imágenes. No le pido al autor que tenga una mirada única; le pido que toque mi alma con su obra.   

© Fernando Puche

De todas formas, al espectador le llegará una imagen sin sentimientos, sin olor ni textura. Un rectángulo plano sin sabor alguno. Todo esto ha de añadirlo quien ve la fotografía final. Lo que sentimos al captar algo está dentro de la cabeza. Hay maneras de fotografiar transmitiendo sentimientos y apenas será una mínima dosis de lo que el autor tenía en su mente a la hora de atraparlo. Todo lo demás ha de completarlo el espectador. Por eso se dice que cada persona ve un cuadro distinto: porque al verlo le añade su propio sustrato emotivo. Qué siente, qué le recuerda, qué significa en ese instante. Todo lo que el observador pone a la foto está fuera del alcance del autor. Hay maneras de retratar a alguien para que la imagen resultante produzca tristeza y, sin embargo, nadie puede asegurar con certeza que el resto del mundo vaya a sentir lo mismo. Si quieres transmitir una sensación determinada a través de tus fotos debes intentar hacerlo, y también saber que no es seguro que todos los espectadores lo perciban. Por eso es tan trascendente fotografiar lo que te apasiona en el momento en que te seduce y del modo que más te gusta. Todo lo demás es secundario. 

Y al igual que sucede con las cosas que te apasionan, lo que captamos puede cambiar con el paso del tiempo. Si no somos la misma persona con veinticinco que con cincuenta años, es normal que lo captado tampoco sea igual. Las personas cambian de gustos y no pasa nada. Un ambiente distinto modifica algunas de nuestras percepciones. A veces ocurre también con la edad. Yo mismo no percibo ciertas cosas igual ahora que cuando era adolescente. Y esto hace que me comporte de diferente manera, y también que haya modificado las etiquetas con las que antaño observaba ciertos fenómenos. Lo feo y lo bonito, por ejemplo, se han vuelto algo más flexibles. Mis pensamientos sobre algunas realidades se han vuelto menos radicales, más pragmáticos, lo cual me ha permitido acercarme a cosas que antes no valoraba y alejarme de otras que ya conozco demasiado. Esto es, hasta cierto punto, voluntario; lo que resulta innegable es que es raro que permanezcamos toda nuestra existencia con idénticos pensamientos para las mismas situaciones. Al fotógrafo le pasa algo muy parecido: no siempre le seducen las mismas realidades. Es así y es perfectamente normal. Sus circunstancias se modifican, así como sus pensamientos o sus opiniones. Pasamos por fases, atravesamos estados de ánimo y mudamos la piel como las serpientes en busca del próximo yo. Lo que captamos ha de evidenciar esas transformaciones. Cada persona siente desde un lugar distinto, y ese lugar significa algo diferente en cada etapa de nuestra particular biografía. Los ojos, qué le vamos a hacer, ya no divisan el mismo panorama, incluso aunque el paisaje no haya cambiado. En el prólogo dije que este libro no traía tareas ni deberes. Voy a hacer una excepción en forma de ruego. Yo solo te pediría una cosa: sé honesto a lo que eres.   

Seguir el camino de lo que uno siente no está reñido con la experimentación. En el día a día probamos cosas nuevas; en fotografía también. Fotografiar es experimentar, pues existen tantas variables a la hora de retratar un motivo cualquiera que es casi imposible aventurar el resultado de cada una de las imágenes posibles. Incluso teniendo delante una roca inmóvil de color evidente y textura invariable, ¿estamos seguros de que la imagen nos agradará tanto como la visión que nos llevó a retratarla? Nunca podremos asegurarlo. La prueba está en los cientos de imágenes que desechamos porque no cumplen los anhelos de ese momento. Experimentar nos lleva por senderos nuevos, nos abre la mente, nos descubre otros destinos. Experimentar con las herramientas, pero también y sobre todo con los puntos de vista, las sensaciones, los recuerdos o las fantasías.

Fotografiar algo es el final de un proceso fascinante. Miras, sientes, visualizas, decides, captas… Es verdad que aquí no termina todo, pero la foto está hecha y uno puede respirar tranquilo. Por tanto, la imagen puede tener un valor enorme, ya sea sentimental, estético o documental. Lo primordial, no obstante, es todo lo que previamente ha ido sucediendo en tu entorno, en tu cabeza, en tu alma. La obra no debería ser la única meta para un fotógrafo porque hacer fotos es algo mucho más grande que el producto final. Ulises finalmente regresó a Ítaca y, sin embargo, más importante que la vuelta a casa fueron todas las aventuras que corrió y que desembocaron en su regreso. Pisar de nuevo su tierra fue algo increíble, como lo fue aún más su extraordinaria odisea para volver a su hogar. 

Exposición de Cartier Bresson

 El acto físico de apretar el botón y capturar algo que tienes delante es decisivo y, por tanto, es el final de una cadena de actos (algunos inconscientes) que desembocan en ese instante mágico en donde confluyen –démosle la razón a Cartier-Bresson– cabeza, ojo y corazón. Tus fotos son decisivas, tanto como las de cualquiera, no lo dudes. Y con todo, yo te digo que más decisivo todavía es el proceso que te ha llevado a mirar así, a sentirlo de esa manera, a estar en ese lugar y a decidir retratarlo en ese preciso segundo. Prestarle atención a toda esa cadena de acontecimientos, a lo que vives antes de decidir captar ciertas cosas, es importante. Sería como prestarle atención a tu vida mientras aprendes sobre tu manera de retratar el mundo. 

Existen innumerables senderos para cruzar el bosque. Cada persona ha de encontrar el suyo, teniendo en cuenta que se trata, en la mayoría de las ocasiones, de un camino interior.

Un artículo de Fernando Puche

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(*) Creative Commons under US fair use (Wikipedia)

(1) Salter, James. El arte de la ficción, Salamandra, Barcelona, 2018.

En esta misma Serie:


Fernando Puche lleva cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

Web de Fernando Puche

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