De las cuatro definiciones del verbo «visualizar» ofrecidas por el diccionario de la Real Academia Española que tengo en casa, la que mejor se adapta a lo que hacemos los fotógrafos creo que es esta: «Imaginar con rasgos visibles algo que no se tiene a la vista.» Lo cual, por cierto, realizamos de manera constante. Todas las personas visualizan en su cabeza situaciones que nunca tuvieron delante (a su abuela haciendo surf, por ejemplo, o a su abuelo montando en patinete). La diferencia con una persona que se dedica a hacer fotos es que, bastante a menudo, para esta última el acto de visualizar está integrado en su trabajo creativo, y los resultados que obtenga dependerán en buen grado de su capacidad de imaginar cosas que no tiene a la vista.
Todos visualizamos. Forma parte de nuestra esencia. Somos seres con imaginación y esto hace que pasemos una gran cantidad de tiempo imaginando situaciones que ni han sucedido ni posiblemente sucederán nunca. Al soñar imaginamos experiencias tan realistas que a veces nos despertamos sobresaltados por las situaciones que creemos estar viviendo. En ocasiones, tiene que ver con lo que nos gustaría que ocurriese. Por ejemplo, si veo que se forman nubes de tormenta en el cielo, especialmente si terminan descargando, espero a que pase el chaparrón y estoy atento a lo que ocurre tras la puesta de sol, pues en ocasiones las nubes adquieren un colorido asombroso y variado que me encanta admirar. Incluso aguanto hasta que oscurece para comprobar si eso que he visualizado al final se produce. Si no es así, entonces cierro la ventana y pienso “qué lástima”. Llevo haciendo estas cosas demasiado tiempo.
Ser fotógrafo significa mirar, sentir y captar. Significa también, entre otras cosas, visualizar «con el ojo de tu mente» aquello que querrías retratar. Si las personas que apenas hacen fotos imaginan constantemente situaciones por las que les gustaría pasar, los fotógrafos nos pasamos los días visualizando el aspecto que desearíamos que tuviesen las fotos que soñamos hacer. Es curioso porque acabamos viviendo en dos mundos: en el que vemos y en el que imaginamos. Y lo más fascinante de esto es que hemos de trabajar con ambas realidades, tanto con lo que percibimos como real como con lo que nos gustaría percibir. Puede parecer una contradicción y no lo es. Si la fotografía se refiere a lo que hay delante de los ojos, ¿qué importancia tendrá lo que imaginemos? ¿Qué papel desempeña todo eso que visualizamos y a veces nunca se materializa?
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© Fernando Puche |
Obviamente, no se trata de ir embobados por la calle golpeándose con las farolas mientras imaginamos escenas imposibles. Pero algo de esto hay. Transformar la realidad en imágenes obliga en cierta manera a pensarla como artefactos planos de límites concretos destinados a la contemplación visual. Sería exagerado afirmar que pasamos todo el rato haciendo esto y, sin embargo, si un músico piensa en sonidos, un fotógrafo piensa en imágenes. ¿Cada vez que veo en el cielo la posibilidad de una tormenta tengo los mismos pensamientos sobre nubes tiñéndose de colores fantásticos mientras flota en el ambiente una luz extraña y el olor a tierra mojada? No. ¿Lo visualizo en mi cabeza muy a menudo? Sí. Habrá quienes visualicen guerrilleros muriendo por el impacto de una bala o mujeres mirando un escaparate con lencería a las que el viento levanta las faldas. Hay para todos los gustos. Podría decirse que, a la hora de imaginar, cualquier cosa está permitida.
En 1997 estaba viajando por Estados Unidos con mi equipo de fotos y una tarde me encontré en el aparcamiento de un Parque Nacional sin saber muy bien qué hacer. Faltaba poco para que cayese la noche; así que fui a buscar una silueta para fotografiarla junto a las pocas nubes dispersas que salpicaban el cielo. Salí del coche y me puse a caminar entre unos árboles secos situados cerca. Encontré uno cuya silueta me gustó mucho y posicioné mi cámara enfocando el árbol y las nubes que aún quedaban en el cielo. A última hora adquirieron un tono rojizo y aproveché para hacer dos o tres fotos. De vuelta en casa, ya con las diapositivas reveladas, imaginé la misma toma (que me encantó, por cierto) con una luna llena en su esquina superior izquierda. Esta imagen permaneció en mi cabeza hasta que dos años después, en 1999, volví al mismo lugar. En verdad me hallaba a un par de cientos de millas de distancia, pero me acordé de la foto del árbol, averigüé la fecha en que había luna llena y el día señalado dirigí el coche hacia el mismo aparcamiento. La luna salió tal y como estaba previsto: enorme, brillante, rotunda. Dejé el vehículo en el mismo lugar de antaño y encaminé mis pasos hacia el lugar donde estaba seguro de que encontraría el árbol. El caso es que allí no había nada. Bueno, había un árbol rodeado de otros tantos como él, pero ni rastro del que inmortalicé dos años atrás. Busqué desesperado; me resultaba imposible haber perdido la referencia. La noche se echó encima y solo pude captar otra silueta con esa luna llena de fondo. La fotografía de 1997 la incluí en mi primer libro. Esa última nunca la mostré.
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© Fernando Puche |
Toda persona puede relatar casos como el que he contado. Especialmente si se dedica a hacer fotos. Una cabeza llena de imágenes en busca de otras imágenes es una cabeza que visualiza, que espera alguna cosa, que persigue algo que aún no ha aparecido (quizá nunca lo haga), pero que a menudo tiene contornos bien definidos. Se trata de una labor tremendamente atractiva porque supone trabajar con las imágenes de la memoria y seleccionar las que más convienen o gustan. Además, es un trabajo creativo, pues combinamos algunos de esos recuerdos e imaginamos lo que nos gustaría encontrar ese día o en la próxima escapada. El que jamás lo encontremos no significa fracaso alguno, ni mucho menos. El objetivo de la visualización en un fotógrafo no es tanto adivinar lo que se encontrará algún día, sino más bien ejercitar su potencial imaginativo y aprender a trabajar con lo que tiene dentro de su cabeza. Un fotógrafo no es un adivino; es una persona que gasta cantidades ingentes de energía buscando lo que ha visualizado en su mente. Lo importante no es encontrarlo (que es una alegría enorme); lo fundamental es el proceso que desarrolla en su interior.
Visualizar tiene dos facetas decisivas para el trabajo de alguien que hace fotos. Por un lado, le ayuda a definir el tipo de imagen que busca. Por otro, visualizar permite trabajar con lo que uno espera y encarar lo que vemos no desde la utopía, sino desde el realismo. En 1999, una vez enfrentado al hecho de que no encontraría antes del anochecer el árbol que perseguía, en absoluto me senté a llorar o a lamentar mi falta de orientación. La luna llena brillaba en el cielo; así que busqué otra silueta para componer la imagen que llevaba dos años en mi cabeza. La foto resultante era bastante mejorable y, qué le vamos a hacer, no pasó nada. Otra aventura más dentro de las innumerables experiencias que vivimos a lo largo de la existencia buscando la foto de nuestros sueños.
Creo que el aspecto más positivo de trabajar la visualización tiene que ver con el desarrollo de la creatividad. Puesto que no siempre (o pocas veces) encontramos eso que habíamos idealizado (gente, situación, paisaje, rostro, evento), necesitamos ser capaces de sobreponernos a los propios deseos y trabajar con lo que tenemos delante. Si nos gusta, entonces podemos tratar de imaginar cuándo podríamos encontrar algo parecido a lo que soñamos. De lo contrario, entonces debemos tratar de sacar el máximo provecho de la situación. Me encanta cómo lo expresó el fotógrafo estadounidense Willard Clay en una entrevista para Outdoor Photographer: «Yo tengo que ser plenamente consciente de mis imágenes preconcebidas y me digo a mí mismo: Will, mira lo que hay aquí, no lo que esperas encontrar.» Un trabajo apasionante entre lo que visualizamos y lo que vemos, y que dice mucho de nosotros como fotógrafos.
Visualizar nos muestra la perfección de aquello que desearíamos encontrar. Los ojos nos enfrentan con la realidad, eso que tenemos delante. Si coinciden ambas visiones, entonces somos buenos fotógrafos: captamos aquello que hemos soñado. Si no coinciden, somos aún mejores: ¿Qué hacer para igualar a la visión? ¿Qué hacer incluso para superar lo que esperábamos? Aquí es donde nos jugamos nuestra destreza fotográfica, la capacidad de improvisar, de darle la vuelta a una situación dada, de seguir adelante, de volver a imaginar y de hacer imágenes tan buenas o mejores como las que inicialmente deseábamos realizar. A esto yo lo llamo crecer.
Un artículo de Fernando Puche
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Fernando Puche lleva cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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