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La fotografía antes de la IA: Expresar (IV)

Un fotógrafo es una persona normal. Que vive, que piensa. Que tiene opinión sobre las cosas y se relaciona con la realidad de manera particular en función de sus pensamientos y opiniones. Además, como toda persona normal, tiende a etiquetar sus experiencias, así como las cosas que le rodean. Algunas le parecerán una maravilla, otras una castaña. Habrá objetos que le fascinen, otros a los que apenas prestará atención. En este sentido, el fotógrafo se comporta igual que cualquier otra persona: vive una vida repleta de estímulos y para cada uno de ellos tendrá opiniones y respuestas que serán importantes porque le acercarán o alejarán de esas mismas realidades. A su vez, esto determina en qué medida expresa esa afinidad o esa antipatía.  

Todo lo que haces expresa algo. Incluso sin hablar estamos expresándonos de manera constante. Con la boca, con el cuerpo, con la mirada. Creo que, después del verbo sentir, este es la acción más trascendente para un fotógrafo. Expresar. Una persona que interpreta un papel puede expresar algo que no siente, y los demás también podemos hacerlo. Pero si retratas las cosas que te seducen y te emocionan, entonces estarás expresándote a través de tus imágenes. Es una de las cosas más bonitas de la fotografía, expresarse, porque no siempre se alcanza, y cuando se logra te miras en tu obra como si te mirases en un espejo. Eres tú, aunque falte tu cara. Eres tú, aunque se vean nada más que aparcamientos vacíos o plantas secas puestas sobre un escáner. Eres tú; es decir, es tu vida. La que llevas dentro. 

En ocasiones es difícil expresar algo con una sola fotografía, a pesar del tópico que afirma que una imagen vale más que mil palabras. Es eso, un tópico; a veces resulta cierto, otras muchas no. Puede que ocurra que tampoco estés pensando en expresar ideas o sensaciones. Que solo quieras hacer fotos porque te gusta lo que ves, el sitio donde estás, la imagen que encierra eso. En realidad, ya te estás expresando. Estás mostrando en una creación tuya lo que te atrae, te sorprende o te disgusta. Estás expresando, aunque no seas consciente de ello, rabia, gozo, asombro. Otra cosa es lo que le llegará a quien vea tu obra, pues cada persona carga en su interior un universo propio de sentimientos y esperanzas. Al fin y al cabo, tú le muestras una imagen al mundo y él la interpreta. Lo mismo que tú haces con la obra de los demás. Ya sabes: cada espectador ve una foto distinta. Y es bueno que así sea. 

©Fernando Puche

 Has de ser fiel a lo que te dicte el corazón. Este es un aspecto muy hermoso de la fotografía y se aprende con la práctica. Miras, sientes, captas, y cada vez que ves la foto realizada revives ese sentimiento. Maravilloso. Has logrado expresar en una imagen lo que te llevó a retratar eso que tenías delante. Lo que perciban los demás es un asunto aparte. Recuerda: sé honesto con lo que sientas. Ya encontrarás espectadores que perciban ese sentimiento. Puede que muy pocos y tampoco se acaba el mundo por eso. ¿Te imaginas pasarte año tras año retratando cosas que ni te van ni te vienen? Vaya tostón. Porque aquí no estamos hablando de vivir de la fotografía, sino de vivir la fotografía, que es algo distinto. 

Durante años quise ser fotógrafo para vivir la vida que suponía que vivían los autores que admiraba. Al final, por fortuna, terminé viviendo la mía, que no ha sido ni mejor ni peor que la de esas personas. Simplemente, ha sido única porque solo la he vivido yo. De hecho, en mis comienzos ignoraba que me estuviese expresando con las fotos que hacía. Salía al campo y enfocaba lo que parecía más bonito. Si eso mismo estaba en la imagen final, entonces yo sentía el mismo gozo que en el momento en que lo tuve delante. Con el paso de los años entendí que cada imagen creada mostraba mis filias y mis fobias. Por lo común, mis fotos querían expresar, aunque lo desconociese al principio, el deleite y la admiración que me procuraba la Naturaleza. Y al igual que las mías, otras obras expresan tristeza, euforia, preocupación, alegría, estupefacción. La lista puede ser larga. Aquí lo esencial no es tanto lo que perciba el observador como lo que sientas al ver tus imágenes. Antes de conectar con los demás, has de ser capaz de conectar con lo que te rodea y con tus propias obras. Al fin y al cabo, fotografiamos porque lo captado significa algo para nosotros. Alguien percibirá esa sensibilidad y entrará en sintonía con lo que muestras. Da lo mismo si es una persona o son diez millones. Recuerda que la fotografía no es una cuestión de cantidades. Recuerda también que antes de preocuparte por la vida de los demás (sus visiones, sus sentimientos, sus percepciones) has de vivir la tuya propia, y las fotos que haces son porciones de ella. 

De todas formas, sentir la necesidad de expresarse no es obligatorio. Ni mucho menos. Con la necesidad de fotografiar ya vamos bien. Con el tiempo te darás cuenta de que en tus fotos también apareces tú, aunque lo que se muestre sean edificios, multitudes o desiertos. Y esto es así porque salen de ti, de tu interior. Cada persona tiene unas necesidades distintas y sentimientos dispares; así que se expresa de manera particular sea hablando, haciendo música o utilizando su cuerpo. Si cada uno habla, canta o baila de una manera particular (incluso en una imitación), es lógico que con la fotografía ocurra lo mismo. Es conveniente tener en cuenta de que somos lo que somos porque vemos lo que vemos, escuchamos lo que escuchamos y sentimos lo que sentimos. Todo esto ha de aparecer en las fotos que hacemos, ya sea total o parcial. Cuando no aparece es una pequeña grieta. Significa que no estamos viviendo la fotografía.  

© Fernando Puche

Yo, desde luego, te recomiendo que dejes de pensar en lo que verán los demás en tus fotos. Y si lo haces, que sea por poco tiempo. Que busques lo que te haga la vida más intensa y trates de fotografiarlo. Puede que sea difícil; muy bien, inténtalo de todas formas. Procura sentir lo que ves y piensa en cómo podría plasmarse en una imagen. Puede que tardes en conseguirlo; todos hemos intentado cosas que no hemos logrado. Tienes tiempo por delante; da igual si se resiste: importa que lo intentes de nuevo. Que al final, da lo mismo los años que pasen, logres que esa foto te transmita lo que tú sentías. Felicidad, enfado, angustia, satisfacción. Enhorabuena, lo has conseguido: estás viviendo la fotografía. 

Muchas veces me convierto en observador y miro obras de otros autores. En el fondo es un encuentro particular, íntimo, entre un objeto y yo. No importa quién sea el creador o creadora de esas fotografías. No importa tampoco lo que sintieron porque me es imposible saberlo. Incluso si lo dejan escrito a pie de foto, no estoy frente a lo que vieron; estoy delante de una foto, de un objeto plano que ni siente ni padece. Lo que me sugiere, me transmite o me produce es cosa mía, es decir, de mi sustrato emotivo, del momento que vivo, de quien soy y las ideas que tengo en la cabeza. El autor se ha expresado, ya lo sé; ahora me toca a mí, o a ti. Ahora toca mirar y sentir. Alguien nos muestra un trozo de su vida, y lo que hagamos con eso mismo es algo que únicamente nos incumbe a nosotros. Podríamos decir que en ese instante el autor no existe. Solo la foto y tú.

Por eso te digo que no tengas miedo a expresarte a través de tus fotografías. El día que los demás las vean no estarás allí. Si te muestras en tus fotos puede que a alguien no le guste; si no lo haces puede que ocurra lo mismo. Si no te expones estarás creando obras vacías. Y no hay nada peor que una obra en la que no está su autor, su criterio, su parecer, sus miedos, su espíritu. Sería una no-obra. Las fotos que hagas han de gustarte a ti; han de provocarte orgullo, alegría, entusiasmo. Esto es lo que cuenta. Una obra debería estar hecha a la medida de su autor.

© Fernando Puche

Además, incluso si no piensas demasiado en esto de expresarte a través de las fotos que haces, es bueno tener en cuenta al menos que estás comunicándote a través de ellas con los demás. ¿Para eso las mostramos, no? Buscamos su atención, que miren lo que hacemos y, en ocasiones, que lo valoren. Esas miradas y valoraciones nos dan información sobre lo que los espectadores piensan de lo que hacemos. A veces incluso de lo que creen que somos. Las fotografías que mostramos son como puentes que tendemos hacia otras personas e invitamos a que los crucen y sean testigos de un fragmento de nuestra intimidad. Igual que una charla en un bar o una conversación telefónica. Lo que ocurre es que a muchas de esas personas no las conocemos de nada y, a pesar de esto, en cierta medida nos estamos comunicando con ellas. Incluso sin poder averiguar lo que piensan de las creaciones que les enseñamos, ya hemos lanzado un mensaje: esto es lo que hago, esto es lo que soy, esto es lo que me seduce, esto es lo que quiero compartir contigo. Puede parecer una tontería y no lo es. Mostrar algo es comunicarse y hacerlo es buscar a los demás. ¿Para qué? 

Bueno, aquí sí que hemos llegado a la madre del cordero. O al menos así me lo parece a mí. Es una pregunta complicada que habrá alguien que la conteste de inmediato sin apuro alguno. Yo soy más lento y llevo pensando en ella mucho tiempo. También soy más cauto y en ocasiones me da vergüenza expresar ciertas cosas. Ya he comentado en otras ocasiones que yo hago fotos para seducir a los demás. Es decir, busco el afecto de la gente. ¿A través de la fotografía? Bueno, es lo que mejor se me da, aunque ahora mismo lo hago a través de este contenido. Siempre he pensado que pasamos buena parte del tiempo buscando afecto, y que esta búsqueda está en la raíz de muchas de las razones para hacer fotos y exhibirlas (ya sea en forma de copia, libro o exposición, lo que sea). Seguro que hay personas que afirmen que no buscan el cariño de nadie con sus catálogos o muestras, y yo jamás les llevaría la contraria. Ante todo, respeto. 

El caso es que tiene que haber una razón poderosa y profunda para que gastemos tanta energía, tanto dinero y tanta pasión en mostrar a los demás los frutos de nuestro esfuerzo creativo. Puede que lo hagamos para ganar un premio, pero entonces, ¿qué sucede si no lo ganamos? ¿Abandonar? ¿Y si obtenemos el galardón deseado? ¿Abandonaríamos la práctica fotográfica si nos diesen el premio soñado? El objetivo podría ser lograr la fama, y nos veríamos en la misma situación. ¿Qué hacer si no alcanzamos la gloria? ¿Vender el equipo y dedicarnos a otra cosa? ¿Dejar la fotografía una vez seamos famosos? Puede que fotografiemos para ganar dinero. ¿Pero cuánto? ¿Dejaremos de hacer fotos el año que tengamos suficiente? ¿Hay alguien que tenga suficiente? Sé que hago muchas preguntas; es una debilidad, o un fallo, o una manera de defenderme de las verdades absolutas, o de mí mismo. No sé.

Los millones de personas que seguimos haciendo fotos hoy en día (a menudo desde hace bastante tiempo) y no ganamos premios, ni somos celebridades, ni ganamos suficiente dinero con las obras realizadas como para pagar las facturas de una casa o una familia, debemos tener una razón muy poderosa para seguir haciendo lo que hacemos y dedicar una buena parte de la existencia a crear artefactos visuales que la mayoría del planeta no necesita para subsistir. Por eso hablo del afecto (que todos necesitamos), de los puentes (que todos deseamos cruzar para encontrarnos con los demás) y de mensajes (que van implícitos en cada creación que mostramos). Por eso hablo de cosas íntimas, personales, a veces inconfesables. Porque necesitamos expresarnos, y lo hacemos incluso estando solos sin decir una palabra, por ejemplo, o hablando en voz alta, o torciendo el gesto, o tocando el claxon del coche, o doliéndonos la cabeza.

© Fernando Puche

Me encanta la fotografía porque me acerca a los demás. Porque expreso a través de ella cosas de las que muchas veces apenas hablo. Porque me permite conocer lo que llevo dentro. Esto último podría hacerlo de igual manera tumbándome en un diván, charlando con los colegas o escribiendo unas memorias (que a nadie iban a interesar). Hacer fotos me permite vivir momentos que de otra manera no viviría. Ver realidades que me ponen la piel de gallina. Sentir que estoy vivo y que soy capaz de crear cosas. Aunque esas cosas sean imágenes hermosas de atardeceres hermosos. Pues sí, yo hago fotos para expresar mis gustos visuales y, a través de ellos, conectar con más gente y conmigo mismo. Ser fotógrafo es también descubrir la persona que se esconde dentro de quien mira, siente y capta.

Hace treinta años quería ganar premios. Gané un puñado y me abandonó la buena racha. Intenté ganar dinero con mis copias y vendí lo suficiente como para alimentar un rato mi ego y seguir pagando las facturas con otra ocupación. Soñé que las exposiciones y los libros me encumbrarían a la gloria y me quedé en las primeras rampas. Soñamos demasiado, a lo grande, pero casi nunca que arrojan a la calle nuestras obras y las queman en público como ejemplo de lo malas que son. Por eso sigo haciendo fotos: porque me hacen sentir cosas que están por encima del dinero y la fama. Cosas simples relacionadas con lo que llevo dentro. Por eso me gustan tanto ciertas palabras: pasión, deseo, esperanza, sueño, intuición, apego… Esto es lo que expreso en mis fotos, aunque lo que se muestre sea una hoja caída en medio del bosque. Quiero expresar lo que siento a través de lo que me gusta.    

En realidad, no importa mucho si haces fotos para pagar facturas, o ganar concursos, o exponer más veces. Es indiferente. El caso es que sepas que las fotos que haces llevan implícitos algunos aspectos de tu carácter y, por eso mismo, expresan algo. No digo que sea lo mismo que perciba un espectador cualquiera. Digo que merece la pena poner un poco de tiempo y atención en observar lo que haces, lo que captas y lo que enseñas. Porque le estás mostrando a los demás parte de tu ser y estás invitándoles a que pasen y vean. Incluso si no te interesa lo que piensan de eso que les enseñas, al menos sé consciente de que todos, tú también, necesitamos expresarnos, y como fotógrafos lo hacemos a través de las imágenes realizadas. Además, esta toma de conciencia es una oportunidad fantástica para hablar con otros creadores de las cosas que, en mi humilde opinión, afectan de verdad a la creación de imágenes. Te lo recuerdo por si lo has olvidado: pasión, deseo, esperanza, sueño, intuición, apego… Puedes hablar de lo que quieras, pero no olvides que la fotografía, como el amor, puede ser una fuerza arrebatadora que surge del interior de cada persona. 

Edward Weston, por Rae Davis, 1914 Creative Commons

El ser humano es un animal simbólico. Mientras fotografío una piedra soy consciente de que materialmente es justo eso, una piedra. La imagen que realizo, sin embargo, ya no es una piedra. Es un símbolo, como el idioma, que muestra una piedra y que posee un significado. Al menos para mí que decidí retratarla. Al mostrar esa imagen no estoy enseñando solo una realidad física que tuve ante mis ojos; también estoy mostrando una intención (comunicarme), un gusto por ciertas realidades, una sensibilidad visual, un esfuerzo creativo, una cierta capacidad de imaginación y una idea específica de lo que creo que merece la pena observar y atrapar. Una foto del cielo no es el cielo. Una foto del agua no es el agua. Una foto del mar no es el mar. Al crear esas imágenes nos proyectamos en ellas igual que el espectador hará lo mismo cuando las observe. Se trata de un proceso fascinante porque el autor crea un símbolo a través del cual se expresa y el observador le da su propio significado en función de parámetros de orden psicológico y social (parecidos o no a los que usó el autor al crear la obra). Es el encuentro entre dos sensibilidades, entre expresión y recepción, entre dos universos interiores, entre ideas y emociones, entre intención y sentido. 

Todo ello lo proyecta cada persona en su obra al mirar algo, sentirse atraída por ello y decidir atraparlo para mostrárselo a los demás. Ni más ni menos. Edward Weston dejó escrito esto: «Fotografiar una roca, hacer que parezca una roca, pero que sea algo más que una roca.» (*) Exacto; que lo que muestres sea algo más que lo que aparece en tus fotos. Si lo consigues sentirás que has logrado algo importante. Palabra de fotógrafo.

(*) Bunnell, Peter C. Edward Weston on Photography. Salt Lake City: P. Smith Books, 1983. ISBN 0-87905-147-7.

Un artículo de Fernando Puche

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Fernando Puche lleva cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.

Web de Fernando Puche 


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