La luz del futuro se llevará por delante la fotografía tal y como la conocimos. Pero dejará al menos un consuelo: la IA transformada en una especie de Aleph que contenga, tal y como dejó escrito Borges, todas las imágenes del universo, todos los lugares de la Tierra vistos desde todos los ángulos. Una pequeña esfera brillante conteniendo el mismísimo espacio cósmico en su infinita eternidad. Podremos pedir cualquier imagen y cualquier imagen nos será dada. Cualquier objeto nos será ofrecido desde cualquier punto de vista. No habrá rincón del universo que no pueda generarse a través de un algoritmo. No habrá luces secretas ni perspectivas ocultas. Todo nos será dado para contemplar con nuestros ojos. Mas nada podrá tocarse, olerse u oírse. Serán fotografías, no realidades. La luz del mundo vendrá a nosotros a través de una pantalla, ya nunca más directa del cielo o el infierno.
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Dejaremos de deambular como vagabundos con nuestras máquinas a cuestas. Dejaremos de buscar espacios a los que dirigir nuestra mirada. Tendremos a nuestra disposición, sin tener que salir de casa, todas las imágenes del mundo. Puede que se atrofien nuestras piernas, incluso nuestros brazos. El algoritmo buscará por nosotros y nosotros solo aportaremos las palabras exactas para poner en marcha su cálculo combinatorio. Ni siquiera necesitaremos estar sentados. Podremos permanecer tumbados en la cama o en el suelo y dictarle a la máquina las órdenes precisas. Podremos tener los ojos cerrados y las orejas tapadas. Solo necesitaremos comer. Quizá ni eso haga falta.
Venderemos todo nuestro equipo. Ya no serán necesarios trípodes, filtros, objetivos o sensores. Alcanzaremos esa vida austera y desprendida de la que tanto se habló a mediados del siglo XXI. Se acabarán los gastos exagerados, las inversiones en aparatos, los cambios de utensilios. Entraremos en una etapa de levedad material, de abandono consumista. Viviremos con lo mínimo alimentados constantemente de imágenes. Una orgía visual extraordinaria, infinita, desmesurada. El mundo en nuestras retinas y nuestras retinas en el mundo. Ya nunca más competiremos por luces, sitios o perspectivas. Solo habrá que pedir. Habremos regresado, más de cuarenta siglos después, a la caverna de Platón.
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Esa vida sedentaria, visual y algorítmica cambiará la dinámica de los fotógrafos. Su día a día estará marcado por las órdenes, los dictados, las palabras. Vivirán frente a una pantalla que escupirá continuamente imágenes solo interrumpida por la saturación mental de quien ordene. Habrá quienes piensen que siempre ha sido así. Sin embargo, antes de las pantallas estaban los símbolos, y antes aún las paredes pintadas, la memoria o el propio mundo exterior con sus efluvios y sus destellos. Con sus texturas y sus resonancias. La vida podía olerse y ser acariciada; sentirla era una de las mejores recompensas sensoriales. Es posible que no lo echemos de menos. Nos acostumbramos rápido a los cambios; que se lo digan a todos los dioses que ya no veneramos.
Pasarán los siglos y perderemos todo aquello que sea innecesario. Lo primero será el pelo, luego las uñas, después los pabellones auditivos. La evolución es implacable: elimina lo que estorba o dificulta la supervivencia, y la fotografía ya no necesitará esas cosas. Los más fuertes serán quienes produzcan fotos con el mínimo de energía; la optimización elevada a su máxima potencia. Se encogerán las extremidades hasta que solo quede un muñón terminado en un apéndice con el que pulsar “intro”. Seremos masas de carne antropomorfas con el cuerpo escuálido, dos protuberancias como piernas, una cabeza de nariz minúscula y un enorme dedo índice en cada mano. La vida será teclear y excluir o aceptar. Produciremos sin descanso, sin movernos, sin apenas hablar, sin contacto con los demás o con el mundo exterior. Todo habrá sido fotografiado miles de años antes y sobreviviremos como profesionales combinando a través de un algoritmo las fotos de un pasado lejano y las propias creaciones generadas hasta nuestros días. Cada persona en su caverna y cada caverna produciendo imágenes de una realidad que nunca vimos. Las nuevas fotografías reflejarán el mundo que seamos capaces de imaginar. Las fotos nunca mintieron; tan solo decían lo que queríamos que dijesen. En este sentido el futuro será idéntico: producir y significar.
Pedir será fácil, aunque nos privará de muchas experiencias y también de muchos disgustos. Perderemos cosas; ganaremos otras. En el fondo, la vida nunca fue perfecta. Nadie se quejará porque siempre hemos necesitado imágenes. Y las tendremos a disposición sin apenas mover un dedo. Al principio resultará extraño, pero nos adaptaremos rápido, porque todos sabremos que las personas que hagan fotos serán las más extrañas de todas.
Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
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