La foto, definitivamente, era extraña. Eso sí: de una extrañeza hipnótica y seductora. La profundidad de campo exacta, el detalle preciso, los colores vívidos, el orden adecuado, los elementos justos, ni uno más ni uno menos.
Le habían llamado semanas atrás para formar parte del jurado de un prestigioso concurso de fotografía. Y ahora le tocaba juzgar las dos imágenes finalistas. En realidad, lo raro no era la extrañeza que le producía dicha obra, sino la atracción que sentía hacia ella. «Cómo me hubiera gustado hacer una foto como esta», pensó. Él nunca logró esos detalles en las sombras ni ese enfoque tan selectivo. A pesar de todo lo que se esforzó durante muchos años jamás fue capaz de captar ciertas tonalidades. Sus herramientas tenían límites y seguramente su creatividad también.
La envidia, sin embargo, no mermó su capacidad de análisis. «La imagen es muy buena», concluyó. Equilibrada, potente, con mensaje. Era una foto ganadora, de eso no había duda. Votó por ella argumentando la solidez estética y conceptual de esta obra frente a su competidora.
El cielo ya estaba oscuro cuando salió por fin a la calle. Demasiado tarde para cenar. El calor había disminuido, así que decidió ir caminando a casa. Así ejercitaba un poco las piernas, que buena falta le hacía. No se pudo quitar la foto de la cabeza. Estaba claro que se había quedado atrás. Desde su última foto publicada habían pasado quince años, y necesitó tres semanas para hacerla. Ni comprándose un equipo nuevo sería capaz de crear una composición semejante a la foto por la que había votado. Necesitaría la versión más moderna del mejor programa en interpolación y retoque. Necesitaría el mejor algoritmo del mercado para generar imágenes tan seductoras como algunas de las que había visto durante el proceso de selección. Aun así, no era capaz de decidir si merecía la pena el desembolso.
Se levantó para abrir una botella de whisky. Había que celebrarlo. Aprovechó también para poner algo de música. En su emisora de radio favorita sonaba uno de los temas más conocidos de Robert Johnson. Uno en el cual cantaba: «no me importa donde entierres mi cuerpo cuando esté muerto y me haya ido».
Tumba de Robert Johnson © Creative Commons |
Mientras el licor le iluminaba los ojos siguió pensando en todo lo que iba a hacer a partir de ese momento. Y cuanto más bebía, más grandioso era el futuro que se dibujaba en su mente. Finalmente dejó la botella vacía junto a la cámara y se recostó en el sofá hasta quedarse dormido. Soñó que un día se le aparecía el diablo y le concedía un deseo a cambio de su alma. Lo siguiente que soñó es que ganaba el influyente concurso con una de sus fotos caóticas, desenfocadas e imperfectas.
Pero claro, era solo un sueño.
(1) Fernando Puche lleva casi cuarenta años haciendo fotos y casi veinticinco escribiendo sobre fotografía. Una cosa llevó a la otra y ambas a publicar libros. Seguramente son excusas para tener la cabeza ocupada, intentar ser mejor fotógrafo y escribir cosas que puedan interesar a los demás. Excusas para seguir experimentando la fotografía.
Comentarios
Una vez más, el señor Puche nos muestra el lado seductor de las palabras con una ensoñación alejada de la distópica realidad "fotográfica" que nos inunda, un texto de hermosa factura y narración. Lo único que hallo, en cierta medida, contradictorio con la ensoñación es que el protagonista rememora entre efluvios alcohólicos (?) el fundamento artesano de la fotografía, mientras, como parte de un jurado, premia una imagen tan "perfecta" en toda su dimensión, tan "marciana" que él mismo duda de su consideración y nos remite -sin nombrarla- a la temida IA que poco o nada tiene que ver con el ejercicio fotográfico. Pero, curiosamente, en un concurso fotográfico, la premia. Contradictorio.
Reciban un cordial saludo. Atentamente:
Juan Carlos Giménez
No hay una sola teoría sobre el origen del blues, pero parece ser que esta música surgió en la comunidad negra afincada en Estados Unidos mientras trabajaban en las plantaciones como esclavos. Las canciones hablaban de penurias, de abusos, de hambre, frío, miedo y muerte. También de amor, pero el blues siempre se ha identificado con la tristeza.
La mayoría de músicos de blues fueron pobres, aunque algunos con el paso de los años llegaron a ganar bastante dinero. Resulta paradójico que, sobre todo hoy en día, músicos que ganan millones de euros sigan cantando canciones que hablan de penurias y mala vida. ¿Contradictorio? Quizá.
Antes que nada somos personas y, como tales, vivimos con dudas, miedos e inseguridades. Todos tenemos contradicciones, aunque como fotógrafo no veo la incompatibilidad entre ser un “purista” y valorar las imágenes salidas de un ordenador o de cualquier programa informático. Yo mismo hago fotos con cámara de placas y admiro muchos paisajes hechos con cámaras digitales y editados con programas de retoque.
Mis textos han de reflejar mis propios temores y mis propias paradojas, de lo contrario no serían míos y los podría escribir cualquier máquina. Lo más interesante de todo esto es reconocer que no somos puros.
Gracias Juan Carlos por el comentario porque los textos deben su razón de ser a los lectores. Sin vosotros no tendría sentido escribir.
Un saludo.
Fernando Puche
En primer lugar, agradecer su respuesta y la inestimable molestia que usted se ha tomado para rebatir un comentario que yo no esperaba fuera tan importante. Gracias por el reconocimiento.
En segundo lugar, y como yo no he mencionado en ningún momento el "purismo" que usted aduce -porque creo simple y llanamente que la "pureza" no existe-, creo conveniente aclarar argumentos tal vez insuficientemente expresados o interpretados. Empezando por el blues, los músicos que hoy en día ganan millones de euros no cantan ni tocan blues ni a las "penurias y mala vida". Los que lo hacen no tienen acceso a ese beneficio económico.
Siguiendo con el fantasmagórico "purismo", yo tampoco veo incompatibilidad en fotografiar con medios analógicos o digitales -yo lo hago en ambos sistemas- y es absolutamente normal admirar imágenes recién salidas de un programa de edición -sobre todo cuando su calidad, subjetiva o no, es innegable-, ya que no es esa la cuestión de fondo previamente planteada.
Se trata de fotografía, señor Puche, de las contradicciones, temores y paradojas que arrastramos como hacedores de imágenes analógicas o digitales. Hacedores. Por eso he nombrado, tal vez dirigiéndome al polo extremo, la IA, que es precisamente la ausencia de esos sentimientos y reflexiones que acompañan y acompañarán siempre a todo fotógrafo, dejando que un proceso informático decida.
Me despido, señor Puche. Este debate interesante podría llegar a ser tan amplio que no hubiera lugar ni tiempo suficiente para expresarlo en toda su riqueza.
Reciba el más cordial saludo y siga con su propósito. Es necesario. Atentamente:
Juan Carlos Giménez
Solo algo más para añadir a este debate abisal e interminable. Las personas que programan y las que utilizan la IA también tienen sentimientos, así que cuando manejan los mandos de sus ordenadores o móviles lo hacen guiados por su memoria, sus deseos y sus emociones. Es lo que nos diferencia de las máquinas y es lo que podría hacer que la IA no colonice del todo nuestros cerebros.
Hay que seguir creando, sintiendo, reflexionando y amando. La fotografía no es algo externo a nosotros, es algo que forma parte de nuestro ser, con máquinas o sin ellas.
Un saludo y gracias por leer, debatir y opinar.
Fernando Puche
Cada vez tengo más claro que, en primer lugar, debemos hacer fotografías para uno mismo. A partir de ahí, es necesario recorrer un camino, con mayor o menor acierto, dando igual que fotografiemos mirando hacia el pasado con equipos fotográficos “obsoletos” y que conllevan un proceso a la hora de fotografiar que sea tan vital como el propio resultado final, o que utilicemos técnicas digitales avanzadas, pero muy frecuentes hoy en día.
Sin embargo, es indispensable que haya una relación, una conexión, entre el fotógrafo y la fotografía realizada; un vínculo que tenga algo de calado, que sea personal, que surja del corazón, del intelecto, o de la mezcla de ambos, no lo sé. Si no hay esa relación es muy fácil desorientarse en la jungla que no has tocado vivir.
Textos como éste, o como los que llevas publicando desde hace años, ayudan a responder preguntas tales como ¿por qué? y ¿para qué hacemos fotografías? Y no son preguntas fáciles de contestar.
Un saludo,
Javier Maneiro.
Tendemos a pensar que cuando utilizamos una cámara antigua lo hacemos con el corazón y cuando utilizamos
Photoshop lo hacemos con la cabeza.
La persona que utiliza película y que retoca con programas informáticos son la
misma, es decir, captan lo que les parece significativo, seleccionan según sus gustos y memoria, componen de
acuerdo a lo que saben o intuyen y retocan para acercarse a la imagen soñada. El proceso difiere ligeramente, pero
lo que dispara las decisiones sigue siendo lo que hemos aprendido, lo que sentimos, lo que nos gusta y lo que
soñamos.
¿Para qué hacer fotos? Para sentirnos bien con nosotros mismos cada vez que logramos una imagen que
nos deleita. Y si encima les gusta a los demás, pues todavía mejor. Los seres humanos siempre hemos buscado
cariño.
Un saludo, Javier, y gracias por el comentario.
Fernando Puche